Siento la ausencia en lo más hondo de mi pecho
comprimiéndome,
apretándome,
tirando de mi hasta lo más profundo del pozo,
por mucho que manotee tratando de mantenerme a flote.
Soy el extranjero de Camus,
perdido y denostado,
en su propio mundo interior,
porque el exterior le rechaza y repudia
por ver los monstruos que ellos mismos han creado.
Ya no tengo a dónde ir,
ni a dónde volver,
solo un eterno e infinito páramo sobre el que desplomarme cuando llegue el final.
Y mientras tanto,
polvo y polvo y polvo
tras de mí,
revoloteándolo todo,
sacudiéndolo,
ensuciándolo,
para tratar de no ver los recuerdos a los que aferrarme cuando me siento tan solo.
Con tal de poder regresar
a dónde ya no hay nada.
Política de tierra quemada a mi paso.
Hogueras exteriores
para no apagar
la incansable llama
que arde en lo más oscuro de mi pecho.
Ya no escribo desde un quinto piso
y ya no hay verso al que volver para regodearme en Monte Alto.
Solo un triste vacío
que me ahoga y asfixia
sin haberlo querido ni planeado.
Dejadme llorar,
y entre lágrimas
abrir las supurantes venas de mis brazos.
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