en ninguna parte
y desaparecer por tiempo indefinido
mientras mis pasos
me llevan sin hacer ruido
al más inmenso vacío
y me tiro como un huido,
refugiado de los ríos
de tristeza que corren por mis venas.
El paseo está más silencioso que de costumbre,
solo hay muerte
y una oscuridad inerte que lo barre todo,
como el viento frío de enero
que todo se lo lleva,
nada queda
y yo con las manos en los bolsillos
camino,
por no hacer otra cosa.
El mar embravecido
y la bruma nebulosa
oculta el dolor
y la ausencia,
las penas se arrastran
como sombras a tus pies
y no hay nada que ver
en este espectáculo de fantasmas.
La madrugada me habla,
Monte Alto me llama,
y yo a 150 kilómetros de distancia
cojo un boli y papel
para ahogar las palabras.
Ya nadie queda,
ya nadie baila,
en este libro de soledades
que son los versos del alma.
Gracias.
Gracias.
Por darme alma.
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