lunes, 6 de enero de 2020

Cuchillos sintetizados para morder el polvo

Nos prometían luceros del alba
y solo encontramos rastros de soledad,
perdimos la cuenta a las cartas
y ya los dados se quedaron estáticos
sin poder girar,
¿dónde está la paz?
¿dónde está la gloria?
Solo un mundo en ruinas que nos devora
incapaz, como somos, de escapar
a ninguna parte,
y así,
tan rampantes,
nos dejamos llevar por la sucia vorágine
devoradora
como la noche, como las sombras,
como los futuros que se aferran a nosotros
y nos ahogan,
hasta dejarnos sin aire.

Supimos saltar al vacío
y tropezamos con los sueños rotos,
nos herimos más veces de las que pudimos contar
a nosotros
mismos
y así,
sin saberlo
supimos caer más alto que nadie,
para tropezar
con el destino
en un desierto miserable
que lo arrasa todo a su paso,
como encuentros salvajes que nos devoran
por dentro,
dejando regueros rotos
de cristales y añicos,
pedazos y trozos
de esperanzas que ya no tienen a donde huir,
a donde escapar
cuando ya no haya ni gloria, ni paz.

Sonreímos con tristeza
conscientes de que el camino se terminaba,
y ahí
cuando no queda nada
es cuando ya resulta imposible
avanzar
o retroceder,
creer que lo podemos hacer,
fingir que nos podemos domar,
asumir que muertos
y desangrados,
acunaremos con nuestros dedos
los instantes certeros
que todo lo consumieron
hasta no dejar nada,
nada
que podamos apreciar
más allá de las cenizas.

Nos prometían vidas irrealizables
y como un baile
de luz
tratamos de aferrarnos a las sombras,
heridas de nuestras voces remotas,
cicatrices ignominiosas
que es mejor no nombrar
para no atormentar más
a nuestros demonios,
a nuestros fantasmas,
a nuestras tristes y patéticas miradas
que nos persiguen entre el tabaco de la madrugada.

Porque ya no queda nada...
porque ya no queda nada.

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