tan pura
como los sueños en un atardecer.
Te vi,
tras la cortina de luz
y ahí solo pude volar
con creerme infinito en la eternidad del presente.
Solamente,
caminé
ciego,
seguro,
sin miedo,
tranquilo al saberme entre tus dedos,
salvaje al beber de tus besos,
onírico al perderme por tu cuerpo,
valiente, cobarde, pequeño, inmenso, en ti,
en tu mirada,
en la plenitud de tus palabras
que me atesoran como si no hubiera mañana,
que me reconfortan como si la paz llegara,
que me acunan como cuando la luna asoma.
Si el futuro es vida, el presente es viaje,
y este yo quiero que me lleve a cualquier parte
contigo
de la mano,
la mochila
en la espalda,
y un mapa sin rumbo
por las rutas inexploradas
que me sé de memoria por tu cuello, tus piernas, tu espalda;
como si todo lo demás no importara
y solo fuésemos tú y yo tumbados en la almohada de seda
que hacemos perdiéndonos allá
donde se unen el cielo y el agua,
salada y dulce
como el día a día
tras la niebla de arena y salitre
que es tu vigilia iluminada tras tus fantasías que reviven
una y otra vez en nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro ser,
fundiéndonos en un eterno amor de viaje tras el que ver
la libertad de tu mano,
las alas en la espalda
y las ganas de saltar
siempre, siempre, como si no hubiera tempestad en este tumultuoso mar de madrugada
que somos los dos
cuando ni el tiempo, ni los miedos, ni nada,
nos ganan,
solo el deseo de ser dos almas entrelazadas
acariciando el mundo
con nuestros sueños y versos hechos escudo y espada
en esta indomable ciudad que es nuestra trinchera de corazones cuando todo lo demás falla.
Cuando todo lo demás falla.
Menos nosotros surcando la vida a las cuatro cuarenta y cuatro de la mañana.
Con sonrisas, con gracias,
pequeña Auri
que todo lo cuida
como si nada,
como si nada más importara.
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