¿quién me diría
que los ríos
nos llevarían a caminos
de inciertos rumbos,
de imprecisos destinos?
Persigo y atino
las sombras que conmigo
cobijan libre albedrío
de reflexionar
sobre lo que me han dicho.
Y no digo,
que no hallo arte para tanto tino,
amigo,
que dónde la suerte se confunde
ya no hay imprecisos
motivos
para tropezar con lo que escribo.
No es que esto deba cobrar sentido,
pero escribir... escribo,
todo lo demás sería engañarme,
engañarnos,
fingir que no tuvimos cuidado
y que ahora
sin saber cuándo
procederemos lentamente a encumbrarnos.
Poemas y cantos,
medallas, símbolos, retratos,
metáforas que se nos escapan de las manos,
y volamos,
y volamos,
y los poetas ya se han ido,
ya se han marchado.
Para no recitar ni cuando miramos abajo.
Para no intentar darle la vuelta a este poema
sin rima ni ritmo
que no vale ni medio centavo.
¿Quién usa centavos?
Yo no,
no sé por qué lo he dicho,
si nunca los he usado.
Suave seda, suave canto.
Déjame que te arrulle,
yo me encargaré de darte descanso.
Suave seda, suave canto.
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