lunes, 21 de agosto de 2017

La rumba sonaba, las paredes rezaban y la juventud desaparecía sin haberlo él premeditado

La belleza de la inmediatez,
de convertir la suciedad del instante, del momento,
y convertirlo en una ristras de imágenes listas para disparar contra las retinas,
contra todos aquellos que prefieren cerrar los ojos ante todo lo que no ocurre en su círculo social inmediato.

Apunta y dispara.

El revolcarse en la mierda hasta hacerla documental.

Dos adictos en una intensa y destructiva relación.

Un baile de dos.

Un galopar y cortar el viento
hasta que ya no queda salida para este infierno.

La poesía de la marginalidad,
una suave danza sin terminar,
una sarta de mentiras envasadas y listas para consumir por una sociedad que prefiere no pensar demasiado,
un país que ha decidido dar por olvidado todo lo sufrido y callado,
un pueblo abandonado por el estado,
un centenar ilimitado
de barrios golpeados por el paro,
por la droga,
por el pasado.

El sobrevivir día a día en el descampado.


El seguir adelante
a pesar de todo lo rodado.


Una última dosis en el baño.


Una lágrima

que resbala por el brazo,

todo un futuro

que se escapa para siempre entre el temblor inerte de las manos.




El intento de homenaje que nunca le brindaron.

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