sábado, 19 de agosto de 2017

Malgré tout, nous aurons toujours la force de survivre

Siempre me imagino a Saez como una especie de Escandar francés, como un pobre desgraciado solitario que se retuerce en su melancolía mientras busca nuevos senderos por los que sobrevivir, pero que en vez de un bolígrafo pues lleva una guitarra. Eso sí, el peta del poeta que nunca falte.

Sentados,
frente a una ventana,
buscan convertir la sucia realidad
en un excitante baile entre el lodo,
una locura informe entre la que perderse
intentando adornar la poesía de un poco de belleza,
cuando lo más complicado,
sobrevivir,
logran hacerlo a duras penas,
desgarrándose el alma entre heridas,
entre cientos de cuchillas
que son sus propias pesadillas.

Me los imagino a los dos, intentando atrapar fantasmas sin red de seguridad,
con una estantería medio vacía llena de libros,
con un par de docenas de portadas
que se escapan entre las ganas
de soñar,
de volar,
de buscar una falsa sensación de bienestar.

Quizás son fantasías mías,
pero creo,
solo creo,
que tienen más de parecido que de ajeno,
que aunque sean cientos de kilómetros los que los sitúan tan lejos,
no hacen mucho más
que intentar salir adelante,
cada uno a su forma,
cada uno con sus letras,
pero ambos haciendo amagos
por convertir cada trago amargo en una ristra de frases bonitas,
con ritmo,
con rima,
rescatando la poesía de los altos tronos elitistas
para convertirla en algo de todos,
en una vía para escapar de nuestro propio pozo,
en un sucio,
pero valiente,
baile de esperanzas entre sueños rotos.

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