miércoles, 10 de julio de 2019

Epístola a mis discípulos

Estoy aquí escribiendo nuevamente otra de esas cartas que no tienen destinatario ni remite, que lanzo al mar en botellas de papel para ver como los sueños y las esperanzas se disuelven entre la inmensidad del océano. Calmas en la tempestad, olas que sortear en cada giro y envite, salidas de emergencia que traspasar cuando todo el edificio está en llamas y ya no queda nada que cenizas tras de mí.

Hurgo en la poesía por ver si así supura un poco más, como un torrente de sangre que sale a borbotones llenando el suelo de escarlatas reflejos que destilan pesadillas.

Saboreo las esquirlas del pasado decía por ahí algún verso perdido
en algún rincón perdido
de algún cementerio olvidado

entre centenares de estantes que tragan polvo
porque es lo único que pueden tragar cuando la soledad lo inunda todo
hasta el más tenue atisbo de paz.


Te sorprendería la cantidad de veces que somos capaces de traspasar las puertas de la muerte y salir con vida.
Que no airosos
-no nos confundamos,
no es lo mismo-.
Y aún a pesar de ello, tratamos de saltar una y otra vez al vacío
como si el vértigo de la caída no fuese suficiente como persuadirnos y echarnos hacia atrás
cuando no queda otra que seguir hacia adelante.
Siempre hacia adelante.
Aunque lo único que tengas frente a tus narices sea el suelo
y cientos y cientos de metros de precipicio bajo tus pies.

Dulce suicidio que te susurra que sucumbas en la madrugada.


Esquivé tantos fantasmas
que ya no quedan demonios tras de mí
estás todos en mi espalda
cargados bajo el peso que soportan mis hombros
ahorrándose kilómetros de distancia
que simplemente les alivia la vida
y se la alarga
un día más
mientras yo la pierdo
un día menos
y no queda otra que esperar
hasta que ganen ellos la partida

en este tétrico juego de azar que es el destino que hacemos arañando nuestra desidia.


Te asombraría la cantidad de veces que te he escrito y el escaso número de intentos que he hecho por llegar hasta el buzón, poner el sello, y mandar vía correo postal todos mis sentimientos. He preferido que el olvido borrase todo antes que soportar la sobreexposición a tanta vulnerable dinamita que podría hacerme volar en mil pedazos por el mero hecho de saberme vulnerable -sin razón-.

Sé que sonreirías ante mi inocencia
siempre lo haces

pero yo,
cobarde,
no me atrevería.

Y aquí estoy,
escribiéndote en la madrugada sabiendo que nunca lo vas a leer,
es mucho más fácil así
y yo, de paso, aprendo a soportar el peso de toda una vida a la espalda.

De toda una cortina de oscuridad
de todo un túnel de tinieblas
de todo un sendero de sombras que me alivia de toda mi pena interna.

Sé que es todo así,
porque así lo escriben la sangre de mis dedos cuando me abro las venas por dentro
hacia los sueños que hay fuera,
pero aún así, y a pesar de todo,
sonrío de medio lado, me pongo la capucha, las manos en los bolsillos, y echo a caminar,
como si no hubiese otro destino
que llegar a ninguna parte
en esta eterna soledad
que es tu propio yo interior.

Esperemos que ya no quede nada
cuando salga el sol,
porque sería una pena
apagar toda su luz
con la tormenta que lucha por apoderarse de mi voz.

Solo hay versos,
ya no hay canción.

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