domingo, 28 de junio de 2020

No hay nada certero cuando la incertidumbre del azar nos roba los senderos

Una fina hebra de tristeza se entrelaza con el universo, con la precisión de una costurera de estrellas que adorna el firmamento con sueños rotos, con todas las lágrimas que nunca pudo dejar correr por su pálido rostro de una vida encerrada en un bajo de mala muerte, cosiendo día sí y día también, con la única meta de tener un plato frío que comer hasta final de mes. Así es la existencia, triste y melancólica, como los pinceles que utilizan los artistas bohemios que solo puede sufrir en silencio ante el lento discurrir del tiempo con paisaje de fondo de un río, un puente y el frío invierno. Poetas de parche y remache que atesoran el mundo con sus frágiles dedos, sus bolígrafos sin tinta que yacen muertos, con su rastro de miserias que dejar tras de sí allá por dónde hayan pasado ellos.

Las agujas se alzan hasta el cielo, tratando de arañar el manto espeso de negra oscuridad que envuelve la ciudad. Templos caídos que esperan vacíos a que llegue su final. Filigranas fantasmagóricas de otro tiempo que habitan en la decadente escala de grises de la ciudad en llamas, mientras las rosas de fuego se extienden por el suelo como cenizas de lo que un día fueron. 

Qué maldita está la vida del que no tiene fin ni sueños. Principios que se caen a pedazos, objetivos perdidos en ningún lado, presentes que se hunden en el fango como llantos lúgubres que se lleva el mar entre la sucia arena de frío acero y cristal. No sé dónde quedará lo que no tenemos, pero atisbo a mirar y solo comprendo que los ángeles han venido a robarnos lo poco que fuimos, que seremos. Como autómatas inciertos que hunden los pies y la cabeza cuando nada escapa del lacónico lamento.

Perdimos el aliento y ahora una fina hebra de tristeza se entrelaza con el universo, mientras las filigranas de miserias, melancolía y decadente descenso, persiguen las estrellas de sueños rotos que configuran constelaciones de lágrimas en el firmamento.



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