Pasábamos tanto tiempo juntas
que creíamos que no hacíamos otra cosa.
Nos equivocábamos.
Lo estábamos haciendo todo.
Elvira Sastre
La poesía duele.
Es así,
no sé por qué,
pero la poesía siempre termina doliendo.
Supongo que algo tan frágil
y difícil de atrapar
solo se puede sostener por sí mismo
a costa del dolor ajeno.
Es como respirar
si no lo haces
adiós,
pero si lo haces...
la asfixia finalmente se hace eterna
como esos instantes que jamás podremos olvidar.
Vivíamos tan a destiempo de nosotros mismos
que creímos
que había futuro
cuando solo quedaban ruinas.
Y pese a que lo estábamos haciendo todo,
no era suficiente,
ya no había versos con los que mentirnos a la cara
y fingir
que todo saldría bien
cuando no había ya salidas.
Y es este dolor tan ajeno
el que me duele en lo más hondo del pecho
porque olvidé
lo que significaba olvidar
y recordé
que somos de dónde jamás nos atrevimos a soñar
y lloré
porque nunca podría alcanzar la felicidad.
Y es este capricho divino
de un dios que no existe
el que nos obliga a intentarlo
una y otra vez
hasta que las piedras
solamente nos desangran los pies
pisando sangre
donde debía estar nuestra sombra.
Y hubo un tiempo
en que los sueños no eran tan caros,
las sonrisas se regalaban por amistad o amor,
tanto da,
y la poesía servía para sanar heridas
y salvarnos.
Ahora solo duele.
Joder si duele.
Y mucho.
Y muy profundamente.
Porque no hay ya nada.
Y déjame que te recuerde
que la poesía
siempre termina doliendo.
Ahora
Y siempre.
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