lunes, 5 de julio de 2021

Habito una mirada rota de polvo y cristal

Se desgrana el olvido en la ciudad maldita. Los sentimientos echan a volar y el ángel exterminador extiende sus alas negras sobre el vaho de ceniza y sombra que habita las interminables calles que se pierden al llegar al mar. Solo hay silencio en el olvido. Y una flecha de luz mortecina que se abre paso entre las primeras saetas que despuntan al alba entre el brumoso levante del mar.

Mis pasos se pierden como una pesadilla. Fingiendo llegar a alguna parte. No hay paz entre los vasos rotos en la madeja de callejones que terminan entre las piernas de nadie. Cuando no hay nombres... ¿Qué importan los rostros? Si acaso solo las miradas rotas de quien ha perdido ya demasiado en esta vida. No hay forma de acallar ese dolor. Y nos puede matar. Clara y ciertamente, el dolor nos puede matar.

...

Me gustan los cementerios con vistas al mar. Como si todo empezase y terminase allí. Y la eternidad no fuese tan solitaria en una losa con las gaviotas arañando el cielo y la salitre perlando con una tibia cortina de aridez la paz. Son lugares melancólicos. Y tristes. Lugares melancólicos y tristes hechos para sentarse a pensar, fingir ser felices y follar. Porque si no follamos sobre nuestra tumba ¿Dónde vamos a follar?

Aunque eso nos rompa en mil pedazos.


Al final
son esos pedazos
los que se astillan en el corazón
y nunca podemos arrancar del todo del alma.

Como el manto de olvido
que sumerge a la ciudad eterna en un letargo infinito.


Si estamos rotos
no nos vamos a arreglar.

Eso está claro.

Finjamos entonces que todo va bien
y que habrá descanso
cuando la libertad nos desangre
como una rosa de fuego
que nos impedirá respirar.

Entre tanta pólvora
No quedan ya ángeles de cristal.

Se fueron
solo se fueron
para no regresar.

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