El tren recorre las vías como un veloz destello que se pierde en la inmensidad de la eterna cortina de agua. Surca los campos mientras el universo se detiene a ver pasar el progreso en un instante que se perderá en el punto de fuga del horizonte.
Galicia llora, como cada otoño, como cada invierno, por las melancolías que encharcan los corazones de un pueblo que ve como su vida se le escurre entre los dedos sin tener derecho a escoger sobre un destino que le imponen las altas esferas que se confunden entre el vuelo de las gaviotas y las rayas blancas que entran por Arousa.
Los árboles desnudos intentan evitar ser las próximas víctimas de un infierno de llamas que arrasa todo a su paso, mientras las nubes se detienen a observar el panorama y se recrean en sus quehaceres rutinarios, como es el descenso de la lluvia a lo largo de kilómetros de aire, y así otra, y así otra.
El tren sigue su sendero, y como los animales en su libre vida y los humanos en su cotidiana rutina, persiste en su intento de llegar al final del trayecto; a ver si así logra encontrar el camino a los sueños y huir por fin de este mundo muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario