martes, 19 de junio de 2018

El silencio cuesta más que mil palabras

La espera se desgrana en instantes nunca atrapados en una mirada. Como el infinito antes de un beso que nunca llega. Que nunca llegará. Al menos no en mucho tiempo.
En el adiós.
El adiós.
Dios.
¿Qué tendrá que ver Dios en todo esto?
No, Dios no tiene nada que ver. Y ellos lo saben. Si acaso todo es culpa de Dios. O al menos en parte. Porque si existiese sería el principal ejecutor y si no, no... si no todas estas atrocidades se han cometido en su nombre.
Culpa suya. A fin de cuentas.
Y ya no salen las cuentas de cuántos adioses llevan.
Pero se dicen adiós. Sin pronunciar las palabras. Sin llegar a producirse un fino hilo de voz entre sus labios.
Adiós.
Sus miradas lo dicen todo.
Ojos mar turquesa y otoño estival.
Y ella se va.
Y él también.
Cuando ninguno de los dos se quiere mover de allí.
Pero se van.
Se tienen que ir.
Se llamará Dinís. Como la historia, como la resistencia, como la libertad.
Se llamará Dinís. Así lo han decidido.
Y se dicen adiós sin decir nada. Porque no hace falta decir nada. Se lo han dicho ya todo con una sola mirada.
Se dicen adiós. Y los dos se marchan. Con una sonrisa en los labios.
Se llamará Dinís.
Y llegará la libertad.

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