martes, 26 de noviembre de 2019

Que inerte seré con un tatuaje en el hombro derecho

Soy tan patético como una miríada de espejos rotos,
cristales que clavarse en los ojos
esperando llorar toda la sangre derramada,
nublando la vista,
perdiendo las prisas,
muriendo poco a poco como quien espera la hora prevista.

Supongo que me pasé de listo,
creyendo dominar el destino
y él solo se ha girado y me ha dado la vuelta
tirando por la borda todo lo que cabría esperar en mi mente,
superando, de largo, todo
como un pobre demente que no tiene ahora lugar al que ir.

¿Qué decir?
¿Qué sentir?
Si solo puedo fingir ser feliz
y por el camino intentar morir
al menos durante un rato,
y ojalá que sea un rato muy, muy largo.

Soporté más peso que todas las bóvedas celestes
y ahora me he derrumbado,
he tropezado,
he caído
y entre el fango de los charcos ensangrentados
golpeé con los puños cerrados salpicando todo.

Todo como un incorpóreo derrotado
que no tiene nada a lo que regresar,
solo mirar
a ninguna parte
con los ojos vacíos
y caminar.

Sí,
caminar;
como si valiera algo,
como si no valiera poco,
como si roto cual juguete tirado en un parque lleno de jeringuillas
no fuese solo un estorbo para la felicidad.

Cabalgué demasiado
y ahora que llegué a todos los desiertos
el mundo que había ante mí se ha terminado,
¿qué seguir?
me pregunto
¿qué seguir?

Vivir,
morir,
llorar,
sucumbir;
y en las arenas abrasantes
desfallecer por fin.

No sé qué esperaba,
seré iluso,
no sé qué esperaba;
pero la ruleta ya giró,
las cartas ya se repartieron
y el pobre solitario camina perdido buscando al marinero que le había encontrado.

En ninguna playa crecen las flores
solo toneladas y toneladas de arena
para construir vidrio
como el que un día servirá para soplar espejos
y ahí, en el reflejo,
mirarme y llorar por haberme roto en mil añicos sin llegar nunca a comprenderlo.

¿Qué habrá al otro lado?
Solo tiempo y recuerdos.

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