miércoles, 10 de febrero de 2021

Días de ceniza...

Un manto de polvo cae sobre la ciudad, como copos de ceniza que diluyen la luz entre los recuerdos, refractándose en mil direcciones, olvidando el tiempo en que no teníamos miedo al futuro. Como días de ceniza que jamás podremos olvidar, aunque jamás hayan sucedido más allá de nuestra imaginación. Porque no hay más pasos que dar, pero no queda otra que seguir. Esta ciudad es bruja ¿lo sabía usted? Esta ciudad es bruja y juega a las escondidas con los destinos de todos nosotros. Qué ironía. Qué sorpresa. Que inerte camino de muertos y vivos que se filtran entre los resquicios de nuestro aliento. Escribo. Escribo. Escribo. Escribo porque la vida me ha hecho poeta y yo no me lo merezco. Escribo por tratar de arrancarle horas al calendario, días al reloj. Escribo por ver si así logro discernir algo entre tanto sin sentido que brota en la madrugada desde mi mente herida de vidas no vividas en este largo entierro a destiempo.

Hacía mucho que no escribía sin tanto caos. Lo sé. Al poeta a veces también la pluma le pertenece. Y es entonces cuando se libera de las cadenas y simplemente se plasma en el papel tal y como es. Con sus luces. Con sus sombras. Con todo el torbellino de emociones y oscuridad que atesora en lo más profundo de cuerpo.

Y ya el alma flota. Y no tiene a dónde ir. ¿Y qué? ¿Acaso importa? Solo rastros de miserias que se preguntan el por qué de su existencia. Y da igual. Porque todo da igual. Estoicamente escéptico. Platónicamente aristotélico. Epicureamente sofístico entre tanto neoplatonismo que los padres de la Iglesia han desabierto. Yo no sé. Yo solo no sé. Pero entre tanto tanto, tan poco tan poco. Alimento roto. Muñeco roto. Cuento roto.
Sin lomos.
Sin tomos.
Sin polvo.
En lo alto de una estantería a la que nadie llega.
Esperando
por siempre jamás
a que alguien me lea
sin líneas torcidas
sin venas abiertas.

Sin camino de vuelta
para este infierno
que habito en la tierra.

El manto de polvo caía en la ciudad. Y la ceniza lamía los tejados. Como una tenue caricia a contraluz que todo lo refleja, que todo lo cobija. Y ya la nieve levita sobre el tiempo. Y los mortales seguimos deambulando sin rumbo
perdidos entre recuerdos
que nunca sucedieron.

Porque esta ciudad es bruja
y frente al malecón
yo solo me pierdo
en todo el tiempo,
diluido,
que por delante tengo.

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