Antes de La Batalla de Puente Milvio, Constantino tuvo un día un sueño. En ese sueño se le aparecía la cruz junto a unos ángeles que le revelaban que bajo ese estandarte vencería, que bajo ese signo la batalla sería suya. Constantino hizo grabar ese símbolo, el crismón, en todos los escudos de sus legionarios. La batalla resultó a su favor, bien por intercesión divina, bien porque se impuso el mejor estratega en el combate.
Tras eso Constantino se convirtió en el emperador único de Roma y llevó a cabo reformas que perdurarían durante cientos de años. Entre ellas, quizás la decisión más importante, fue la de convertir la antigua urbe de Bizancio en el Cuerno de Oro del Bósforo en la nueva capital del Imperio. A partir de entonces se conocería como Constantinopla y sería la capital de un imperio de mil años, un imperio que se perpetuaría en el tiempo y gracias al cual el helenismo y la antigüedad clásica llegó hasta nuestros días y que sirvió de muro de contención frente al islam salvando así unos pequeños e incipientes reinos cristianos medievales en Occidente.
La historia siguió su curso y Constantinopla, un imperio esplendoroso, pero siempre en constante retroceso ante sus enemigos, terminó cayendo el 29 de Mayo de 1453 frente a los turcos otomanos. Una convulsión entera recorrió el mundo y el orbe no volvió a ser igual, quizás porque la pólvora llegó para quedarse, quizás porque las fortificaciones cambiarían para siempre, quizás porque esto propició una nueva concepción universal o quizás porque esto aceleró la búsqueda de nuevas vías marítimas.
Constantinopla es la historia de una civilización en constante crisis y esplendor. Quizás un poco por eso decidí escribir durante el primer confinamiento un libro que tratara sobre todo ello, sobre todo lo que había ocurrido, sobre todo lo que estaba ocurriendo. Tiempos inciertos como los que habían tenido que vivir los bizantinos. Convulsiones constantes, crisis perpetuas, caos... a fin de cuentas, un mundo que se termina y otro que empieza... sin saber nunca cual será el resultante (al menos mientras nosotros estamos viviendo el presente).
El sueño de Constantino es un poco eso, el resultado de ese viaje poético que entre marzo y mayo de 2020 decidí llevar a cabo.
Tardé muy poco en recopilar estos poemas.
Tardé un poco más en maquetarlo.
Por el medio estuve en Francia y hablé a Clementine sobre el libro. A ella se le iluminó la mirada como siempre que le hablo de mis libros y de mis sueños y me dijo que le gustaría leerlo la próxima vez que nos viéramos. Le dije que sí, que lo vería como algo palpable y cierto.
Quizás pronto la vea, y yo, pese a mis pozos emocionales y mis bailes de altibajos, he decidido acelerar este proceso y atreverme a terminarlo. Porque es cierto. Lo reconozco. Lo que más me cuesta de un proceso creativo, de un proyecto, no es comenzarlo, ni siquiera seguirlo, es terminarlo. Tengo un miedo horrible a no lograr el resultado por mí mismo esperado. Tengo un miedo terrible a no lograr alcanzar la meta que me he marcado. Y me boicoteo, y lo retraso, y evito por todos los medios no llegar al final del camino recorrido, al final del camino marcado.
Pero hoy estoy aquí, pudiendo decir que este proceso ha terminado, que me he atrevido, que lo he logrado. Hoy puedo decir que a día 13 de noviembre de 2022, más de dos años y medio después de haberlo comenzado, El sueño de Constantino es ya una realidad.
El libro ya ha llegado a la editorial y ha comenzado el proceso de impresión. En menos de una semana tendré en mis manos el ejemplar de muestra. Y será entonces, cuando revise que todo está bien, que todo está en orden, que podré anunciar a todo el orbe, a todo el oikoumené, que El sueño de Constantino ya ha sido publicado.
Porque sí. Porque hoy por fin puedo decir que lo he logrado. Que he vuelto a cumplir un sueño, una meta, que es ya una verdad muy cierta.
Y es que en 2018 publiqué Generación Rota. A mis 25 años.
En 2020 Días Extranjeros y el libro de Eloy de la Iglesia: El cine al servicio de la realidad. Tenía por aquel entonces 27.
Y ahora, ya con 29, próximo a la treintena, ha llegado para quedarse El sueño de Constantino.
Y espero que lo disfrutéis tanto o más como yo lo he disfrutado escribiéndolo, corrigiéndolo, mimándolo y queriéndolo.
Nos leeremos pronto.
De aquí, al próximo sueño!
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