y ya las guerras que perdimos
se ríen de nosotros,
resulta patético ser incapaz
de mirar hacia atrás,
quizás por eso
todo esto
es un patético juego
en el que no parece haber salida
más allá del súbito e inesperado final.
Escribo frente a esta ventana
perteneciente a la casa en la que vivo ahora.
Una calle transitada, un valle nocturno pincelado a punteadas luces parpadeantes en el relente de la lejanía,
y una triste certeza
en la revelación que me dice que no hay felicidad
en esta vida que me espera.
Yo lo sabía,
no miento,
yo lo sabía,
tampoco me mentía.
Pero la inevitable e ineludible responsabilidad
se aferra a mi cuello
como un peso
que me asfixia
y poco a poco me hunde
en ese profundo pozo
que ojalá me ahogue del todo
antes de sufrir una lenta e insoportable agonía.
Mira la respuesta,
huir
sería la única puerta de emergencia.
Vivir
libre,
quemando carretera,
lejos de cualquiera
que trate de hacerme menos libre.
Y es que quiéreme libre
o no me quieras.
Ese es mi límite,
esa es mi única carta que me queda.
El resto es sufrir,
sufrir largamente
esperando algo que
-sin dar un volantazo a mi vida-
no llega.
Solo quiero que me quiera
Libre
Con todos mis matices, con todas mis atlánticas tormentas.
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