Lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
Lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
Lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
Que fácil es decir esas 11 palabras una y otra vez, y que difícil es llevarlas a cabo.
Lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
Ya te digo que es difícil.
¿Cómo puede uno destruirse a si mismo sin perderse luego por el camino?
¿Cómo puede uno adentrarse en la oscuridad, en su propio infierno y lograr salir de nuevo sin perder su esencia?
¿Cómo puede uno sumergirse en las tinieblas del corazón sin extraviarse en las profundidades de estas?
Poca gente es capaz de realizar esa ardua tarea: Perderse en la propia oscuridad del individuo para luego renacer de entre las tinieblas, brillando con una luz nueva y hasta entonces desaparecida.
Es el camino del héroe, ese que estudió Campbell, en el cual el héroe debe ir superando pruebas y adentrarse en su propia caverna para renacer más poderoso que nunca después de haberse enfrentado a sus miedos.
Es el camino del héroe, aunque no es sólo eso.
Es también el camino del aprendizaje, de la maduración personal y el autoconocimiento; irse perdiendo en uno mismo hasta no ser capaz ya de reconocerte, y en ese momento volver a buscarte con el objetivo de ser nuevamente esa persona que un día fuiste, pero mejor y con más conciencia de ti mismo y tu entorno.
Es el camino de la ruptura del corazón, de romper en mil fragmentos uno a uno todos los trozos de tu corazón, hasta que lo hagas añicos y dejes de sentir, y una vez dejes de sentir volver a pegar uno tras otro todos esos pedazos que un día fueron tu corazón.
Lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
Qué difícil es llevar eso a cabo.
Qué difícil es descubrir la oscuridad que habita en tu propio corazón; que difícil es darle la mano y no sucumbir ante su poder; que difícil es adentrarte en tu propio infierno y no desaparecer en él.
Es difícil, ya lo creo. Pero más difícil es luego volver.
Más difícil es buscar la luz que está escondida entre tanta tiniebla; más difícil es dejar de darle la mano a la oscuridad para volver a dársela a la luz; más difícil es dejar el infierno y aventurarte en el viaje hacia el cielo, hacia la luz, hacia el renacer.
La gente teme a la oscuridad, no la comprende, no la entiende, no la abraza; pero al mismo tiempo la gente no es capaz de ir hacia la luz, tampoco la comprende, tampoco la entiende, tampoco sabe como abrazarla; y en esa situación, sin luz y sin oscuridad, la gente se pierde y queda atrapada en un estado de miseria moral, de miseria terrenal y de miseria espiritual; queda atrapada en un estado de duermevela del que no saben salir y en el que quedan condenados a vagar.
No se si es más difícil bajar hasta el infierno o salir de él. La entrada está protegida ante los cobardes, pero la salida está sellada contra los valientes; de modo que sin valentía ni cobardía no hay forma de entrar o salir.
No sé si es más difícil adentrarse en el propio infierno personal o escapar de él; lo que si sé es que deja marca en el cuerpo, deja marca en la piel. Un esfuerzo moral y espiritual tan fuerte deja huella en la piel, deja una marca que jamás desaparecerá, un sello que permanecerá como muestra de tu hazaña para recordarte por el resto de la eternidad que lograste entrar y salir del infierno sin olvidarte a ti mismo, sin perderte por el camino.
Quizás eso es lo más difícil, entrar y salir sin perderse, porque cuando los recuerdos que están dormidos en tu interior despierten, tal vez dejes de ser quien eres; porque cuando te destruyes a ti mismo existe el riesgo de que te olvides de reconstruir todas las piezas y pierdas alguna por el camino, quedando para siempre atrapado en esa zona intermedia que es el limbo, en ese purgatorio personal que es el estado de duermevela.
Quizás lo más difícil es entrar y luego querer salir, o quizás afrontar la marca que quedó grabada a fuego en tu pecho, como un sello que de ahora en adelante guardará y protegerá cada uno de los fragmentos de tu corazón reconstruido, como una marca protectora frente a tus propios demonios que un día te atemorizaron.
Quizás lo más difícil es bañarse en la oscuridad para luego aflorar en la luz, pero siempre es más reconfortante luchar que permanecer en la puerta del limbo por siempre jamás.
Quizás lo más difícil es habitar el infierno para luego subir al cielo, pero siempre será mejor que habitar en el purgatorio por toda la eternidad.
Quizás lo más difícil es replantearte todo para luego aprender, pero siempre es mejor eso que continuar viviendo engañado sin darte cuenta siquiera de ello.
Quizás lo más difícil sea respetarse y aceptarse a uno mismo después de tantos errores y heridas, pero siempre es más valiente eso que vivir con miedo de uno mismo.
Quizás lo más difícil de todo sea asumir el reto de vivir aprendiendo o quizás lo más difícil simplemente sea aprender a vivir, pero siempre será mejor que quedarse de brazos cruzados asumiendo un papel que no va contigo.
Quizás en el fondo todo es difícil.
Quizás al final no hay nada fácil.
Quizás...
No sé que es más fácil o el qué es más difícil, quizás todo dependa de ti mismo, pero...
Quizás lo difícil es destruirse a uno mismo para reconstruirse de nuevo.
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