Y te arrepientes de cada ficha jugada, de cada partida inacabada, de cada riesgo que corriste en algo que no llegó a nada.
Y te arrepientes de abrirte, lo temes, le temes; a lo que pueda decir, a lo que pueda contar, a lo que pueda saber quien un día te supo interpretar.
Y te arrepientes de haber dicho lo que sentías, de haber demostrado quien eras, de haberte hecho vulnerable, de ser vulnerable, de poder ser vulnerable.
Y te arrepientes; te arrepientes de tantas cosas que sólo queda tirarlas a la basura e intentar olvidarlas para que nadie nunca las desentierre de esa fosa común que es la caja de los sueños.
Y te arrepientes, y te seguirás arrepintiendo, y normalmente podrás con ello y sonreir a la vida como si no pasase nada, ignorando al resto mientras intentan sepultarte. Pero hay días que no, hay días que no puedes y que sólo querrías quedarte en casa a llorar, pero eso no va contigo, así que sólo te queda pulsar estas teclas de forma mecánica como estoy haciendo yo ahora.
Y te arrepientes, y lo seguirás haciendo aunque no quieras. Porque un día mostraste tus sueños a alguien en quien ya no confías, en quien ya no te atreves a confiar por miedo a ser vulnerable.
Y te arrepientes, y no te quedará otra que seguir, a pesar de las heridas, a pesar de los puñales.
Y te arrepientes, aunque siempre te quedará el recuerdo de esos labios con los que compartiste esperanzas y sueños íntimos en el lenguaje de los besos mientras te olvidabas de todo de lo que te arrepentías.
Y te arrepientes, aunque eres consciente de que no siempre será así, quizás algún día puedas largarte y dejar atrás a todos los que un día quisieron herirte.
Y te arrepientes, y todos lo haremos, porque ese es nuestro papel en esto que llaman sueños.
Y te arrepientes, aunque siempre te sigan quedando el regusto de esos labios con sabor a libertad.
Y te arrepientes.
Y te arrepentirás.
Pero...
¿De verdad te arrepientes?
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