A veces me asalta la curiosidad,
el interés,
o la simple desidia,
y mientras me dejo bañar por la melancolía,
el insomnio me invade
y hace suya esta habitación que antes era mía.
No sé muy bien por qué razón, pero como que tengo que buscar explicación a las cosas, entender el mundo, comprender el por qué del avance de la historia,
y mientras me pierdo por todos esos insondables rincones del ansía insaciable,
la noche se desteje como una filigrana de sombras que me recuerda que mañana tengo que madrugar,
y que el camino hasta la escuela
a esas horas
es más oscuro que de costumbre.
A veces me pongo a hablar con el mundo,
que viene a ser en mi caso aporrear el teclado un rato y dejar una pequeña entrada nueva en mi blog,
un texto,
un poema...
una maraña rara que nunca acabo de saber muy bien qué es;
la cuestión:
que dejo eso por si alguien intenta leerme,
en todos los sentidos peyorativos de la palabra,
pues dudo que alguien pueda sentir el más mínimo interés en comprender a este individuo que hunde sus raíces en los cuatro rincones perdidos de la península,
como cartas sin destinatario de todos los lugares por los que he pasado de algún modo,
aunque nunca llegase a estar del todo.
No sé muy bien por qué razón, pero me pongo a escribir sobre mí, sobre el mundo, sobre la realidad que percibo a través de mi ventana en un quinto piso de Monte Alto,
y sin saber cómo,
a veces alguien lo lee
y se gana mi respeto,
pues siempre he valorado a quienes quieran perder el tiempo intentando arañar superficialmente la faceta externa de mi ser.
A veces me asaltan las ganas de seguir despierto porque tampoco tengo prisa por el día siguiente y me pongo a dibujar acuarelas en el horizonte,
supongo que es para no ahogarme en mí mismo y encontrar una vía de escape de la cotidianidad.
No sé muy bien por qué razón, pero cuando eso pasa
me miro al espejo y me digo:
"Ahora sabemos que no morirás de sueño".
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