El silencio cubre toda la habitación como la oscuridad
atenuante que riega cada uno de los pliegues de las inseguridades. Entre las
sombras, refugiada en sí misma para huir de un mundo opresivo que le pone
listón a cada uno de los surcos de la piel, una muchacha está de pie, de
espaldas a un espejo que no hace otra cosa que mostrar un reflejo distorsionado
de su amor propio. Una suave ristra de acordes de piano comienzan a revolotear
por toda la casa al tiempo que ANA se gira cabizbaja en dirección a esa superficie que tanto le hace sufrir cada día. Aunque se dispone a salir de fiesta los
ánimos están por los suelos, tanto como la chaqueta que arrastra tras de sí en su
fúnebre caminar. La autoestima es de ganadores y ella, en cambio, siempre ha
sido de las que pasan sin pena ni gloria por una vida que la dio por estrellada
de antemano.
Su reflejo no es más que un cúmulo de dudas que se
arremolinan cobrando la forma de su sombra, todas sus culpas y fantasmas
proyectadas en un doble irreal que no deja de hacerle la existencia imposible.
Cuanto más se ve más se disgusta de sí misma y, cubriéndose de ropa para no
dejar intuir ni un ápice de todas sus heridas internas, decide que las
cicatrices del alma supuran mejor cuando nadie puede verlas.
El proceso de autoflagelación ha terminado por hoy y
mientras se dirige hacia la puerta, dispuesta a afrontar una nueva noche de
autoengaño, un destello fugaz surca su mente. Puede que sea ya hora de dejar de
autoinculparse por no estar a la altura de las espectativas que nos imponen.Puede que sea ya hora de terminar de una vez con ese juego
en el que la perdedora está ya decidida de antemano.Puede que sea ya hora de quererse a sí misma. Y cómo un relámpago que se pierde en el horizonte, decide
que es el momento de volver a enfrentarse a sus demonios en una nueva batalla.
Ágil, y con un ligero y rápido giro sobre sus pies, se dirige hacia el espejo,
decidida esta vez a terminar con su propia sombra. Y arrojando la chaqueta ante
los pies de su doble, ve ante sí una imagen luminosa, un chica brillante y
segura digna de sí misma que puede permitirse todas las sonrisas del mundo al
descubrirse como una mujer fuerte y con el poder de hacer todo lo que ella se
proponga. Feliz, por volver a sentirse como hacía años que no recordaba,
comienza a peinarse y prepararse para salir de fiesta, dirigiéndose hacia la
puerta que tiene a su izquierda con las expectativas de una noche que promete
todas las esperanzas que nunca había tenido.
Escena 2
ANA está recreándose
en sí misma, ajena a todas las figuras que van entrando y que se mueven al son
de una música electrónica que retumba por todos y cada uno de los altavoces de
la discoteca, embriagándose de una sensación de fuerza y autoestima que creía
que nunca volvería a tener.
Su presencia no pasa inadvertida y pronto, entre las luces
intermitentes que salpican la sala, tres miradas comienzan a taladrarla,
desnudándola sin pudor alguno a ser descubiertos. MANUEL, el primero en fijarse
en ella comienza a aproximarse con andares cuidadosos, ocultando con su sonrisa
sus verdaderas intenciones. Pronto ambos se descubren bailando juntos,
disfrutando, dejándose llevar, hasta que los movimientos del joven comienzan a
cobrar brusquedad a medida que considera cazada a la presa. Al darse cuenta,
ANA lo aparta y se aleja de él, topándose de bruces con MIGUEL. El segundo
chico es menos sutil que el primero, y tras dos o tres movimientos de
aproximación sus manos ya están intentando invadir el espacio íntimo de la
joven. Esta vuelve a escapar, pero el tercero de los chavales, JORGE, ya está
cortándole el paso a medida que MANUEL y MIGUEL acortan distancias reduciendo a
ANA a un círculo de miedos que propicia el resurgimiento de todas las
inseguridades que hasta hace pocas horas eran parte de su día a día.
Toda la escena no pasó inadvertida para NOA, una joven que,
alarmada, estuvo vigilando todo lo que iba ocurriendo. Por lo que en pocas
zancadas decide aproximarse para intentar echar una mano a su desconocida
compañera y con un contundente y rupturista movimiento decide apartar a dos de
los tres hombres, abriendo una brecha de escape para la atemorizada ANA. La
situación sigue siendo desfavorable hasta que media docena de chicas deciden
seguir el ejemplo de NOA y tomar partido escapando de la vulnerable pasividad
que hasta ese momento estaba determinando los acontecimientos que sucedían ante
sus propios ojos.
Así, mientras la música alcanza su mayor punto álgido, las
luces de toda la discoteca parpadean imperturbables ante una coraza
destelleante que recubre a una, ahora, empoderada ANA que, con un seguro y firme ademán, hace estallar la fuerza de todas las mujeres contra los tres acosadores que terminan por caer rendidos y derrotados ante los pies de la que en otra hora había sido su víctima.
Y tal y como el empoderamiento individual de ANA se mostró inválido para acabar con el patriarcado, una simbiótica y conjunta danza de sororidad se proyecta sobre todas y cada una de las mujeres de la discoteca que comienzan a bailar como si fuesen un solo ente, con la ilusión de construir un futuro que pueda ser cada día un poco más feminista.
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