A veces me siento tan lleno y vacío
que no sé que hacer,
la tristeza es una seductora idea,
y a la vez,
es todo lo que uno no espera encontrar cuando se imagina la palabra ser feliz.
A veces me siento tan disconforme y disonante en mi propia música interna
que tengo que abrir el ordenador
y pulsar unas pocas teclas,
hasta acabar en el blog de Escandar
y, ahí sí,
llorar por dentro como si no hubiese mañana;
nunca he sido muy de exteriorizar lo que siento,
pero creo
que el futuro se ha perdido
y solo queda un puñado de arena que se me cuela entre los dedos,
unos castillos de naipes que se lleva el viento,
una libreta llena de poemas y tachones,
un montón de borradores,
y un exceso de miedo a no saber que hacer cuando todo esté muerto.
Muchas veces solo sé contar hasta diez
como si eso fuese a solucionar algo,
y cuando llego me doy cuenta
de que no hay nada más allá,
supongo que ni siquiera apuñalar las letras
servirá para construir sueños, banderas, ni vídeos caseros agarrados paseando.
Pocas veces he esperado triunfar,
pero cuando lo he soñado
la esperanza se me fue de las manos,
y como un espejo que se rompe en mil pedazos
solo he logrado ganar siete años,
puede que no haya nada como esperar a que ocurra algo sentado,
sabiendo que el tiempo hace demasiado que pasó de largo.
Las veces que no he sonreído fue porque me pillaste a medias,
-llorando, digo-
y ahora,
decido seguir como si en el horizonte hubiese un pasado,
porque el porvenir no es para los fracasados,
y yo,
tengo el título honorífico en mi cuarto.
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