martes, 30 de mayo de 2017

Las atrocidades del que intenta dar voz a su alma

La escritura es la forma más sucia de suturar el alma. Es dejar un rastro de sangre allá por donde pasas. Es construir una red a la que aferrarte cuando todo es una caída infinita y, las paredes, resbaladizas cuñas que solo quieren verte desgarrarte en miles de cortes y arañazos en tu patético intento de no precipitarte un poco más en el pozo. Como si eso fuese a importar ya.

Solo quien taladra las teclas, la tinta y las hojas, es capaz de comprender en los demás todas esas sonrisas apagadas de desesperación, esas miradas ciegas y sin luz que se saben muertas en vida, que solo buscan en los demás una palabra fugaz, una caricia, un beso, algo con lo que tirar por la vida unos días más. Como si eso sirviese de algo.

Solo quienes carecen de alma son capaces de soportar el dolor. Ellos, en cambio, ya no sienten nada, pues la suya es una fractura resquebrajada en miles de afilados pedazos que nunca tendrán recomposición. Son ellos, seres muertos en vida que no tienen corazón.

Y escriben,
escriben como si todavía quedase alguna razón,
porque era lo que hacían,
aunque ahora solo sirva para arrasar con todo con un reguero de sangre a su alrededor.


Tranquilos,
que si hay infierno,
será para dar descanso a todo este derrumbamiento interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario