El día que Roma ardió
hicimos del miedo una norma,
los demonios tomaron cuerpo
y el pecado caminó entre nosotros.
Dios los castigó
-diría Gibbon-
por su decadencia.
Y desde Cartago sonrió
un obispo mientras escribía
quien siembra sal
cosecha su propia ruina,
arrepentíos ahora,
solo la fe del desierto nos salvaría.
Es muy épico
ResponderEliminarEs descriptivo, histórico y nos sirve como moraleja.
ResponderEliminarCompartido!
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