Aquí se muere uno de estar.
De arrancarle la vida a la muerte
y desgranar tiempo a contrarreloj
como un llanto imperenne
que todo se lleva
y que nada deja,
hasta la ristra de manecillas
perdidas en ninguna parte.
Solo la lluvia se lleva
ríos de palabras
que atesoran
la eternidad en las yemas
de los sueños apagados
entre escintilantes llamas
que bailan al son del vaivén
de las olas
del mar negro.
La noche fantasma
se fuga en un manto de oscuridad
y negrura,
amenazando demonios y tormentas
que retumban en el horizonte,
como llamaradas que iluminan un instante
todo
y luego se van
para no volver.
La vida
se apaga
en relámpagos
de dolor
insustancial
y cruel,
como el rigor mortis
que atenaza
las esperanzas
consciente de que no hay pasos
para el cielo
en esta escalera descendente que nos arroja
al más
amplio vacío
del existencial olvido.
Entre tanto y nada
queda
la agonía del sufrimiento,
por eso agacho la cabeza
y paso de largo
esperando a no caer todavía en el intento,
porque aquí te mueres de estar,
solo por eso.
La desmemoria se lo lleva todo
como la lluvia lavando las heridas
en un océano de cenizas
que se desperdiga
sobre la ciudad maldita
que nunca duerme
en sus laberínticas calles de derrotas.
Ahí, en el callejón de las incógnitas,
nada queda,
nada aflora,
solo sombras
empedradas
al son de los pasos silenciosos
que se arrastran
tras de sí
en la desesperante madrugada negra.
Aquí se muere uno de estar.
Así, suciamente escrito,
figurará el epitafio
en mi patética tumba,
sin lápida, desierta.
La incertidumbre en medio de la oscuridad es sencillamente dejar pasar la corriente del río, en espera. Creo entender el sentido de la poesía, pero siempre hay esperanza. Solo hay que crearla. Me gustó la interiorización y los sentimientos tan descriptivos.
ResponderEliminarUn saludo