Llueve siempre de noche últimamente, como ríos de soledad que inundan todos los corazones en este país de olvidos y olvidados.
Esta ciudad está maldita y se alimenta de nuestras almas. Es el dolor, ese infinito dolor que se esconde en sus callejones y que lo devora todo a su paso. Sin dejarnos vivir.
Es la lluvia como un reloj que todo se lleva, incapaz de mirar atrás ante tantas ausencias. Ahí, en ese infinito, los grises tonos de melancolía lo cubren todo y cuando miro al negro fondo del lago no veo nada más que dolor.
Ahí de pie, con las manos en los bolsillos, me pierdo en ninguna parte, consciente de que huyo más de mí mismo que de cualquier otro demonio que me pueda encontrar en esta incierta vida.
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