jueves, 10 de junio de 2021

Como ola en el mar siendo acariciado en los prados por el viento

Los aviones dibujan filigranas frente a mi ventana
vuelos fugaces
piruetas
cabriolas
atraen mi mirada
que solo puede soñar
con la livianidad de sus caminos
acariciando el cielo.

Anoche en Le Mans
mientras el sol emite sus últimos destellos,
las palomas ululan,
las tórtolas gimen,
las petirrojos gorjean
y en la lejanía llega sonido de campanas,
de trenes que atraviesan la ciudad rodeada de campo
y los infinitos sonidos de insectos
que solo se perciben
en esas horas en que los humanos nos recogemos.

La naturaleza cobra forma
en su manto celestial,
mosaicos desgranados
en mil figuras de intensos colores,
sonidos melodiosos,
perfumes aromatizantes.

Es el calor del verano
abriéndose paso
en los primeros compases de junio
y toda la orquesta está lista
para los días largos,
las noches cortas,
las sonrisas en bañador y chanclas,
las bicicletas al viento,
y las mejillas sonrojadas
de soles y amores,
de sentimientos intensos
de romances estivales y fugaces.

Se desgrana el curso
y los niños juegan,
los tractores empacan,
las vacas pastan
y todos soñamos con el mar.

El mar,
qué tendrá el mar
con sus destellos
su salitre
y su aroma
a prados salvajes,
a algas y horizontes
y campos que lo bañan todo.

El campo
bañado por su mar de inmensidad
y su hierba recién cortada,
su universo inmenso reducido
a la mirada que no alcanza el final
a las campanas repicando lejos
a las cigarras
las abejas
y sus pájaros surcando el firmamento.

¿Por qué mar?
¿Por qué campo?
Si en ambos
todopoderosos dueños del tiempo
nos vemos reducidos a nada,
nos vemos insignificantes en la grandiosidad de la naturaleza,
en el dichoso sin fin del universo.



                                                                           *
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Oigo el mundo ahí fuera,
hablándome desde lejos,
y comprendo todo,
comprendo lo que siento.

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