-otra de tantas veces-
y ahora todo está muy silencioso:
no hay nadie que me abrace,
ni se escucha tu voz entre el humo,
tampoco hay nadie que me observe de vez en cuando desde la cama,
como cerciorándose de que no me voy a desaparecer entre la nube de apuntes y trabajos.
Te has ido,
y te vuelvo a echar de menos,
como siempre,
y aun así,
a pesar de que me paso los domingos echándote de menos,
no me termino de acostumbrar a no tenerte al lado
aunque sea para hacerme rabiar un rato.
Te has ido,
y ya no están tus manos frías para darme calor,
ni tu pelo para hacerme cosquillas,
ni tus labios para hacerme temblar las piernas;
solo queda tu aroma,
tu tabaco
y tu presencia.
Te has ido,
y Coruña está más solitaria hoy,
las gaviotas no rompen la noche con sus chillidos
y el viento no desgrana los segundos entre la oscuridad como si fuesen simples papeles de caramelo.
Te has ido,
y todo está más vacío:
ni el mar se escucha,
ni el cielo habla,
ni se ha detenido el tiempo.
Te has ido,
y todo está como en silencio,
aunque aún me queda algo que me has dejado escondido entre los dedos:
y es una hoja en blanco llena de trocitos de sueños,
para que escriba con ellos
mientras hasta el próximo viernes estés lejos.
Y abajo,
en la margen izquierda del pecho pone:
aquí te espero.
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