jueves, 24 de noviembre de 2016

Tío

Desteje filigranas de palabras con la finura con la que se hila un tapiz de evocaciones y sueños.

Moldea historias con el arte y la pericia con la que se sopla el vidrio, fundiendo la idea al rojo vivo y dejando que se enfríe bajo el pálpito de las viejas fuentes de las que todos bebemos.

Atesora anécdotas y recuerdos que ilustra con la magia de los trovadores que recorrían los caminos, reuniendo a todos los vecinos en una parábola con la que encantarlos sin necesidad de ningún tipo de hechizo.

Un día vio Tiburón, a una edad a la que a mí no me dejaron y, como de algo tenemos que quejarnos, se lo recrimino, como aquella vez en que comió varitas con las manos.

La primera vez que le vi, me pareció un tío muy raro, un poco callado y bastante calvo, supongo que él en ese momento no se habría fijado en mí o del brillo de mi mirada se habría asustado.

Nunca he sido un modelo a seguir, aunque por algún motivo a él eso nunca le ha importado, simplemente se dedica a observarme y aprender con cuidado tras mi silueta, pero sin dar pasos en falso.

Siempre ha sido mi compañero de aventuras, aunque siempre fuese el secundario o el malo y por más que hemos perdido el Ferry de Ciudad Carmín, él nunca dejó de insistir e intentarlo, a pesar de que sus playmobil eran continuamente comidos por mis dinosaurios.

Me cuenta sus textos y sus libros como si yo fuese un editor de alto rango, y yo lucho por estar a la altura, porque es mi hermano, aunque la verdad es que en el cultivo de la prosa ya me ha superado.

Aunque en el resto de cosas siempre me oirá negarlo, en el fondo, sin él este camino habría sido demasiado aburrido y largo.


Gracias por seguir a mi lado, tras más de 20 años.

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