miércoles, 2 de noviembre de 2016

La vanidad de la sucia cotidianidad

Llevo ya varias horas sentado frente al ordenador en busca de inspiración. No es tarde, si acaso las 7 pasadas, pero en noviembre el sol se marcha pronto y ya no se distingue a través de la ventana otra cosa que no sea una profunda y densa oscuridad.

He llegado a casa, me he preparado arroz y un huevo frito y he comido. He hablado un rato con Lura por teléfono y me he sentado frente a la pantalla dispuesto a hacer algo productivo. Me he descargado todos los apuntes de animación 3D-II y me he puesto a organizarlos mientras de fondo sonaba Basshunter.

Unos vídeos de youtube después he acabado, sin saber muy bien cómo, leyendo artículos de blogs de viajeros y visionando algún que otro canal de reproducción de Dragon Ball Super; eso ya depende del día, a veces me da por Pokemon también. Abro el correo y veo que la bandeja de entrada está solo llena de spam sin nada que destaque hasta que me llega un mail con apuntes de historia del arte (antes le dije a Lura que le ayudaría a estudiar), abro el archivo y comienzo a leer las 10 hojas de pdf sobre la arquitectura griega clásica. Para mi gusto: le falta contexto histórico y le sobra teoría del arte, así que tras terminar vuelvo a deambular otro rato por youtube hasta que considero que va siendo hora de volver a trabajar. Saco un folio y hago un calendario con todas las fechas a recordar de trabajos del ciclo y de la uni y vuelvo a sumergirme en animación 3D-II.

Pasada una hora de leer teoría me agobio con todo lo que tengo que hacer y decido tumbarme en cama a leerme un capítulo de "La vanidad de los Duluoz" de Jack Kerouac. La generación Beat siempre me ha recordado un poco a Escandar Algeet, supongo que por su frescura a la hora de escribir, aunque más bien debería decir que el poeta castizo-sirio siempre me ha recordado a la generación Beat por su frescura a la hora de convertir la suciedad de la cotidianidad en un ejercicio de belleza.

De pronto, me despego de las páginas y salto corriendo a escribir estas líneas, que no intentan otra cosa que ser un pobre amago de igualar a los grandes y poder sentirme un poco más cerca de ellos, como dijo Kerouac: "te matas para llegar a la tumba incluso antes de morir; y el nombre de esa tumba es <<éxito>>" supongo que con esa frase ya podría decir todo, pero el Beat por excelencia va un paso más allá y recalca: "el nombre de esa tumba es un repugnante torbellino que se te traga." Con esa declaración de principios, Jack logra resumir con contundencia el reflejo de toda su vida al final de esta, como un escritor maldito que se da cuenta de que todos sus pasos han sido en vano hacia un precipicio que lleva a ningún lugar; y como Holden Caulfield, su camino no es nada más que un oscuro remolino que se consume, mientras le consume a si mismo. Puede que sea ese el camino de los grandes escritores, lograr crear arte y poesía en su sucia espiral de maldita cotidianidad.

Y yo, iluso e ingenuo, intento emularlos, cuando solo sirvo para teclear palabras inconexas que buscan alimentar la sucia cadencia mientras espero a la inspiración de las ideas.

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