sábado, 21 de enero de 2017

Desnúdate en arpegios rotos, que la música ya está revoloteando por la habitación

Vuelvo a suspirar entre las horas de oscuridad de este eterno invierno,
las palabras se perdieron escaleras abajo y ahora todo espera que el peso del alma no sea demasiado en el momento de la salvación.

Golpea mi pecho un corazón que supura lágrimas en cada una de sus grietas,
mientras el vacío que genera permite el paso de ríos de soledad que no sabe hacer otra cosa que acuchillarlo todo en punzantes agujas de hielo.

La noche surca por la oscura mente, construyendo un muro de silencios que no sirven para otra cosa que escapar por las líneas del tiempo en un constante repiquetear de sueños; y la pútrida laceración solo invita a pintar un cuadro de horrores con llamativos colores que asigna a cada personaje un castigo por cada atrevimiento.

Las paredes del cielo son resplandecientes celdas que nos mantienen atados por toda la eternidad, y el infierno solo es un lugar al que aspiro a no regresar.

Sigo con los pies en el suelo porque me he olvidado de cómo volar, y transpiro aspiraciones que solo saben arder como lejanas esperanzas que construyen fortalezas fortificadas con contrafuertes que se echan a suertes cual será la próxima torre en caer.

El polvo revolotea a mí alrededor y me recuerda que el olvido no quiso llevarme conmigo, ni siquiera en la nada me quieren, así que procuro emborrachar mis penas con litros y litros de desamparado frío.

Las paredes se contraen bajo el peso del mundo y Saez se desviste en suaves letras que hieren como afiladas cuerdas de una guitarra que solo puede arpegiar por el resto de sus días;
puede que no exista lugar a dónde ir, pero quién no tiene refugio sólo puede buscar calor desprendiéndose a tiras de su maltrecha alma.

* * *

Puede que solo pueda jugar a no quedarme solo en esta intrapersonal contienda.

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