miércoles, 4 de enero de 2017

La magia de las pequeñas cosas

Con la gracilidad de la maraña de pasos, la tenue luz se cuela por todos los resquicios que adornan la pureza de Poesía, como una bella ilustración que, dibujada con el vapor del aire, susurra las palabras que todos han olvidado y pocos logran ver, mirar y leer.

Los nombres revolotean por sus habitaciones en una cálida espiral de chisporroteantes y juguetonas notas musicales de destellos iriscentes; componiendo una sinfonía de paz con un olor dulzón, como el pan recién horneado.

En su mirada se refleja la luna que brilla diariamente en su pecho, con el sumo cuidado de hacer las cosas de la forma correcta,
en el momento correcto
y sin perder de vista el equilibrio
de todo.

Corretea haciendo repiquetear en el embaldosado suelo sus ligeros pasos que dejan tras de sí la magia de la ilusión y la inocencia, a su alrededor el aire huele a chocolate, otoño y frutos secos, y su pelo ondea en el aire como el más pulcro algodón de azucar que se haya visto.

Cada lugar está en su sitio,
y cada sitio sabe que todo está en su lugar;
si no fuese así todo sería erróneamente incorrecto y eso sería algo terriblemente indebido. Se puede ser indecoroso e incluso simplón, pero indebido no;
todo debe estar en su medida justa y debida como el fluir de las palabras en una melodía sin música.

Observa todo cómo se debe hacer en Poesía, detenidamente, grabando en sus retinas cada pequeño detalle el tiempo necesario que piden; ni más, ni menos. Existe una gran diferencia entre mirar y observar y solo los maleducados se olvidan de la importancia que tienen las pequeñas cosas, y ella no es una maleducada.

Mira hacia arriba y sonríe, el viento hoy está muy dicharachero y le ha contado un chiste sobre dos lobeznos, luego le ha recitado dos versos y una canción, le ha dado los buenos días y le ha silbado el instante que es en el ciclo lunar de la Realidad. Ella ha sido cortés y ha asentido suavemente, y tras darle las gracias le ha regalado un mechón de su pelo que ha ascendido revoloteando con la misma gracilidad con que ella se desplaza sobre su mundo.

Sabe que hay mucho que hacer y queda poco tiempo para que él venga a verla cómo hace siempre cada 5 días. Ninguno de los dos falla en ese hermoso ritual no escrito.

Ella sonríe, vuelve a mirar hacia dónde antes estaba el viento, y sale corriendo, como si volase en ese universo tan suyo; debe encontrar algo que sea tan mágico como lo es un martes 13, que es equilibrado y correcto.

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