viernes, 13 de enero de 2017

Que alguien calle a quien nunca se calla

Mi cabeza retumba en el silencio reverberante de la noche, como un atronador grito de desgarro que se pierde entre las seis truculentas superficies de la habitación. Una voz muda brama en mi oído que busque una salida a esta angustiosa presión que intenta abrirse paso a través de mi cerebro, como un constante goteo monocorde que no logra otra cosa que alicatar la oscuridad del vacío.

Sombría y ausente, la llamada del fin sangra por mis oídos intentando fugarse sin perder su deslizante acento silábico, impertérrito ante la imposibilidad de susurrar órdenes claras y directas que saturen el cavernoso pálpito del pecho en su intermitente retumbar en la sien.

Su sibilante silbido solo logra pronunciar oraciones desternillantes abocadas a conducir al colapso de la mente el espíritu inquebrantable, extralimitando su presencia a un mero bailoteo por los tejados de la ciudad fluctuante.

Salpica en mil charcos reflectantes las danzantes sombras que extorsionan la seguridad del alma, conduciéndola en un vórtice de vorágines salvajes que solo pueden terminar en un seco golpe tras la precipitación que todos hemos visto en tercera persona, como meros espectadores desnortados tras la explosión cercana de una granada aturdidora.

Retumba mi cabeza en un reverberante silencio de la noche, mientras se encoge el ser del sujeto, al comprobar y ver que solo puede perder ante la incesante lucha con la cuarta pared que se salta la mente del enfermo, en un grácil juego de rotos espejos.


-Tranquilo, que aun queda tiempo. Y ya eres nuestro.- Susurra alguien desde no muy lejos,
quizás, incluso, dentro.

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