Se pierde caminando por el largo pasillo adelante, sumergiéndose en un mar de sombras entre las que habita dentro de su cabeza como una foto antigua de esas que se guarda en una caja de cartón en el estante de arriba del armario. Le tiembla el pulso y el paso, y a cada medio metro tiene que ir apoyándose en las paredes porque cada día tiene menos gente en la que apoyarse y más entre las que encerrarse en sí misma. Se ayuda de una muleta en los días fríos en los que las fuerzas le fallan y la soledad de la memoria se filtra en su mirada como un velo que todo lo tapa, pero solo de forma sutil, dejando siempre al aire la silueta de todo lo sufrido. Convive con los nervios a flor de piel cada día
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como una pequeña flor que tiembla con el viento ante la certeza de que pronto llegará su propia siega, y teme por los que deja más que por sí misma, no vaya a ser que no sepan encender la llave del gas, cambiar una bombona o prepararse la cena cada día;
a veces ante el exceso de oportunidades no somos conscientes de lo que tenemos y es en la escasez dónde más agudizamos el ingenio, por eso ella se pertrecha de todo lo necesario,
porque más hambre se pasó en su juventud y no quiere ahora que nos vuelva a pasar lo mismo.
Da más por los demás que por sí misma, y a cambio solo ha recibido la dureza de la incomprensión,
como esas ecuaciones complejas que en realidad siempre han sido mucho más sencillas y solo precisan de paciencia para llegar a la raíz del problema.
La llama baila cada día, como esas velas que no son necesarias encender cuando se va la luz, pues conoce cada palmo de su casa al dedillo y puede moverse por ella como pez por su casa.
No sabe en que día vive, apenas sabe leer, y mucho menos escribir; no sabe mucho de todo y sabe de todo muy poco, pero sabe de la tradición popular como una cuerda firme a la que aferrarse en tiempos de cambio constante.
Arrastra los pies en su caminar y caminando se aleja por el pasillo adelante. Le cuesta entender y se olvida de lo que acaba de hacer hace cinco minutos, pero nunca se olvida de dar las buenas noches con una sonrisa
aunque esté tan sorda que jamás escuchará el beso que le des para despedirla.
Se pierde por la oscuridad de su casa, como una sombra en blanco y negro que nunca sabe a dónde va,
como un recuerdo que vive siempre con el miedo a no olvidar de dónde viene.
Y en esa danza que baila siempre en su mente,
su mirada poco a poco se apaga,
con la esperanza de que todo lo que ha hecho en esta vida haya sido suficiente.
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