"Me tienes agarrado como a un niño
tantas veces esquivado,
no quiero otra noche que termine así,
otra noche igual."
Enrique Villareal
La muerte corre por mis venas como un reguero de pólvora por explotar,
el vacío,
ese sucio lugar al que caigo cada vez que me pierdo,
es el único sitio que reconozco como un distorsionado refugio al que llamar hogar
a falta de otra cosa mejor que un puñado de bombeos acelerados del corazón.
La paz galopa por mi brazo
al son de un constante retumbar de 80 pulsaciones por minuto,
como una negra mancha que surca cada uno de los rincones de mi cuerpo
aniquilando poco a poco todo lo que un día fue mi existencia.
El silencio devora mis entrañas
al tiempo que un letargo dulce me seduce
con la intención de arrastrarme al más allá
en un viaje que pueda que no tenga retorno nunca.
El olvido retumba por mi interior,
el dolor colapsa mi ser,
y la desgracia
camina tras de mí a cada paso que doy por el barrio,
aniquilando toda forma de felicidad que pudiese haber existido en algún momento.
La muerte trota por mis arterias,
por mi pecho,
por mi corazón,
en una suave y constante danza de esqueletos vivientes
que sonríen a falta de otra cosa con la que llenar su desamparado día a día;
y yo,
sin saber muy bien por qué,
observo las burbujas de aire que se escapan ante mis ojos,
mientras poco a poco me dejo llevar
por algo que no sé muy bien cómo
llegó para formar parte de mi rutinaria y desalentadora marginalidad.