lunes, 23 de octubre de 2017

Lucero del alba

La desesperanza del dolor incontrolable que se clave en la piel como una cuchillada salvaje, con la cínica certidumbre del hacer daño por crueldad, contra uno mismo, como una ristra de cuchillos afilados listos para atravesar el corazón, una y otra vez, a ver si así acallo la presión que siento en el estómago y el pecho.
Y mil voces. Una. Y otra. Y otra. Que susurran al oído con la estridencia de una bandada de graznidos.
Sufre.
Sufre.
Sufre.
Pon fin a todo esto.
Para siempre no existe. Ya lo sabes. ¿Por qué seguir si todo va a acabar mal irremediablemente?
Si todo. En fin. Va a acabar.

La imposible imposibilidad de detener la mente en un bucle sin interrupción. Como una técnica ilusoria que el alma no puede detener.
Fallaste.
Recuérdalo siempre.
Fallaste.

Y mil caledoscopios a través de los que mirar los espejos. Los reflejos. Los restos de uno mismo que quedan en este juego sin reglas al que llamamos vida.

La posibilidad de abrir mil posibilidades como Izanagi. Intentando cambiar un destino que los dados se negaron a ofrecer.
Pero todo. Ante todo. Por todo. No queda nada por lo que luchar.

Solo miles y miles de lágrimas y aullidos de rabia. Y dolor.

Mucho dolor.

Izanami.
Decide tu destino a cambio de perder la luz. De perder la visión. De perder el rumbo. De perderte. De perder.

¿Por qué ganar si luego mi mirada ni siquiera va a ser capaz de reflejar luz? Aún cuando nunca fui capaz de emitirla.

El túnel de tinieblas se ha abierto.
Nuevamente.
Ponte la capucha y prepárate.

Solo una sombra es capaz de desfilar por el desfiladero de la oscuridad. Siendo uno con la vidriera sin iluminación. Con el inesperado pasaje de blancos y negros que otorga la inexpugnable resistencia de la soledad.

Sigue. Que aun solo, solo queda seguir.

* * *

El cruel final fatal.

Ese. Era el trato.

A cambio de una ristra de sueños que duraran un rato.

Sonríe. Porque lágrimas nunca te van a faltar en este atardecer entre las inefables sombras del crepúsculo.

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