domingo, 1 de octubre de 2017

¿Qué hacer cuando no hay nada por lo qué hacer algo?

El porvenir se ha perdido en un cúmulo de susurros nebulosos que nos impiden ver a más de dos palmos de nuestra nariz.

Miramos al mundo y no sabemos bien qué pensar, qué sentir.

La suerte se fugó en un tenue e informe sin sentido a orillas de nuestra propia mente.

Miramos al futuro y no somos capaces de ver mayor ilusión que el seguir por inercia, como si así, de algún modo, de repente todo cobrase sentido y la desesperanza no estuviese esperándonos en cada esquina de las calles de esta inerte ciudad.

Nunca supimos bien qué queríamos y supongo que por eso ahora deambulamos sin rumbo aguardando a la más mínima señal que nos impulse a avanzar.


El mundo está loco ahí afuera,
pero aún así,
de alguna informe forma,
no queda otra vía que la línea recta.


Temo al no saber dar más de dos pasos seguidos, a la soledad, a la pérdida interna en cientos de pesadillas atormentadas que supuran letras a lomos de un folio en un oscuro ático desde donde escuchar los estridentes chillidos de las gaviotas a las tantas de la madrugada.

La amistad se fractura en cada vano intento de resquebrajarlas, y el sopor del dolor es más constante que las fuerzas de voluntad necesarias para no rendirse.

Viajo por una autopista que me exige más peajes que paradas de descanso, y entre paso y paso, levanto los brazos mirando al cielo. Puede que allí encuentre alguna respuesta.

La vanidad del universo se ha filtrado por cada rincón de la neblina y la oscuridad permanente abre caminos de tránsito en busca de nuevos horizontes.

La magna venganza de alcanzar la inmortalidad se corrompe entre las grietas de las armaduras que construimos a través de las tinieblas, y el no saber qué hacer con tanto poder no hace sino que preguntarnos por nuestras verdaderas intenciones al vivir.


¿Grandes esperanzas?

Grandes sueños.

Y a lo lejos, ángeles que nos acompañan siempre siguiéndonos desde lejos.

Puede que los senderos del cementerio estén más vivos entre muertos.

Yo,
por lo menos siento
que el corazón ya no me cabe en el pecho
cuando pienso en el angustioso sentimiento del destino incierto.



Algún día miraremos atrás y sonreiremos.

Pero mientras tanto no queda otra que resistirnos a prendernos fuego,
no, al menos,
hasta que no acabe el juego.

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