Me he acostumbrado a decir "tranquila, estoy bien" cuando todo va lo suficientemente mal como para no pensar en acabar con todo. A decir "no pasa nada" cuando solo me autodestruyo mentalmente un par de horas al día. A decir "no te preocupes" cuando no creo -casi- que todo lo malo de mi alrededor es culpa mía.
He aprendido a convivir con la rutina del dolor, a minimizarlo para no pensar que mi vida es un pozo de desastres y que yo soy lo peor que le ha pasado al mundo.
He logrado habituarme al malestar para así
de alguna forma
relativizarlo y que en mi escala de bienestar un 3 no esté tan mal
y parezca un 5.
He convertido las madrugadas en noches en las que mirar por la ventana
intentando encontrar la forma de darle un volantazo a la cotidianidad
y no hacerla tan uniforme,
un cambio de miras
para hacerla suficiente,
un intento desesperado
por hallar la felicidad
en la esquina que sea en la que se esconda.
Me he acostumbrado a llorar una vez al mes, estar fatal solo un par de veces a la semana y hacer cosas por inercia
porque la ilusión y las ganas ya son solo un fantasma
que se escapa cada vez que intento alcanzarlo.
Me he acostumbrado a mentirme a mí mismo autoconvenciéndome de que podría estar peor y que si estoy así
es solo culpa mía.
La verdad,
es que ya no sabría como sonreír con frecuencia al temporal de la existencia.
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