miércoles, 11 de abril de 2018

Campos estrellados

El mundo se pierde entre los ávidos colores del atardecer, como esas preguntas que no nos atrevemos a hacer por miedo a la respuesta, no vaya a ser que sepamos la verdad y esta sea demasiado insoportable para nuestro inestable mundo que se sostiene en ese pequeño punto de apoyo.

Y así vamos,
haciendo equilibrios por la vida,
intentando que la existencia se porte mínimamente bien con nosotros y si algo sale mal, miramos hacia otro lado y le echamos la culpa al karma, como si una pseudofilosofía existiese, como si una fuerza superior rigiese nuestros destinos, porque somos humanos y cobardes y preferimos inventarnos dioses antes que asumir que estamos solos y todo lo demás es nada.

Creamos historias que decidimos creernos por temor al vacío que hay al final del camino. Pobres ilusos que sueñan cuando son incapaces de soñar para si mismos
utopías,
poder no es creer,
lograr no es ganar,
huir no es perder,
pero rendirse...
quizás sí sea fracasar.
¿Y qué hay de malo en un fracaso?
Nada,
pero nos enseñaron a evitarlo como al mayor de nuestros enemigos
y así estamos
cayendo sin aprender a levantarnos.

El sol ya se va
y con él las victorias
y llegan las sombras
y echamos cerrojo y pestillo
y nos escondemos haciéndonos los dormidos
como si el destino que no construimos no fuese a encontrarnos.

Y ya no hay vuelta atrás cuando se alcanzó el punto de no retorno. Solo queda tomar aire y asumir nuestras decisiones,
porque lo que queda es todo cuesta abajo
y sin frenos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario