El frío encuentro con el tiempo,
con la mirada atrás,
con las fotos de recuerdos
que apelmazan los estantes de la habitación
creyendo
poder echar cuentas
y salir ganando
-que ilusos,
que ilusos que podemos llegar a ser-.
Entre callejones desiertos
el sol abrasa a la sombra
y la sombra se arremolina
en un tenue llanto de sol;
lágrimas de cristal que arañan el estuario,
arañas de espuma que saltan con la brisa
acariciando
la pleamar.
Sorpresas mayúsculas
sorprenden al espectador,
el final de temporada está cerca
y hay que preparar un buen giro argumental
de estos que te dejan
a medio camino entre intrigado,
enfadado
y sorprendido,
-ya digo:
las sorpresas sorprenden al espectador
y eso es lo que debemos hacer-.
Recoger trozos de estrellas rotas
que se han caído al suelo,
pegándolas con pegamento
en el cosmos celeste
que se agrieta en la bóveda
que nos cubre.
Así parecemos nosotros:
grietas y rotos que se afanan
en arreglarse a si mismos
cuando solo hay cenizas
tras los incendios de nuestros corazones
y las tiritas
no son ya suficiente medicina para curar la infección.
-Algo así debe ser un final:
que te deje rayao,
con la mosca detrás de la oreja,
tratando de encontrarle sentido
a aquello que parece solo un exabrupto
de versos mal hilados-.
Algo así,
a fin de cuentas.
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