El arte es un bálsamo. Es una vía de escape para aliviar el dolor.
El amor es una saeta de luz. Es una especie de magia que te impulsa a llegar siempre más allá.
Cuando este amor se acaba, lo único que queda es el arte entre las ruinas.
Y es que como diría Elvira:
el amor se termina cuando hay más recuerdos que sueños.
El problema de ello es darse cuenta de que eso ha ocurrido
y que ya solo queda un desolado valle de silencio y ausencias.
Por eso es tan importante el arte, como diálogo interno con nosotros mismos, como herramienta de búsqueda cuando terminamos perdidos sin tabla en medio de la tormenta a la que agarrarnos para no hundirnos. Porque es en esa caída sin fondo, en ese pozo sin luz, cuando más debemos tener claro todo y no perder de vista quién una vez hemos sido.
Porque eso será un elemento imprescindible para hallar el norte.
El que se permite buscar,
se encuentra a sí mismo.
Y eso solo se puede hacer,
mirando hacia dentro,
hablándonos,
preguntándonos
y cuestionándonos.
Si lo hacemos con valor
y un poco de poesía,
quizás encontramos
lo que nuestras preguntas tanto ansían:
respuestas.
Y será ahí,
donde nos encontremos
porque volveremos a tener claro
quienes habíamos sido.
Aunque después de las heridas,
las ruinas
y las tormentas,
ya no habrá el mismo alma de vuelta.
Quedarán cicatrices,
silencio
y calma
que nos mostrarán
que ya no somos los mismos.
El espejo en el que nos mirábamos se habrá roto,
el reflejo es otro
y la mirada
diferente
nos traerá caminos de vuelta
para encontrarnos
donde un día comenzamos
nuestro viaje.
Y todo el círculo se habrá cerrado.
Y nosotros,
los protagonistas,
habremos sobrevivido,
triunfado,
vivido.
Porque el arte
es y siempre será
un bálsamo
para la vida.
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