La lluvia interseca con los rostros que se pierden en su deambular hacia la ciudad de los nichos, como ánimas sin vida que van en busca de un lugar mejor que la mortecina cotidianidad.
El silencio se acurruca entre los gritos ahogados por la desesperanza del revés, como una dulce melodía reiterativa que repiquetea en la inmaterial soledad del vacío.
La vida desfila como un puñado de fotos en blanco y negro que adornan rocambolescamente los diarios de los millones de sordos tanteantes que ciegan el mundo a sus congéneres cosanguíneos que no ven otra cosa que su propio destino reflejado en las cadavéricas retinas que tienen frente al espejo.
El universo se adereza con la deliciosa sorpresa que despierta corazones embotados en la rutinaria campaña que es el sobrevivir al próximo amanecer, y la carátula de esta película se relame ante la inesperada idea de encumbrarse como campeona absoluta del tedio... como si alguien pudiese luchar contra ello.
El Todo fluye, como surcan los ríos hacia el final,
y mientras,
nosotros
tenemos que resistir o ganar.
O no quedarán muchos sueños por los que queramos soñar.
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