Acto I
Retumba la tormenta en el horizonte haciendo reverberar la superficie del mar con miles de partículas de aire que se propagan una tras otra en dirección a dios sabe dónde.
Se escucha el viento levantarse, con la fuerza de un despertar en medio del Atlántico, como un violín solitario que busca desgarrar notas a los relámpagos.
Se pierde la arena entre el oleaje, como relojes de arena alocados que no son conscientes del paso del tiempo entre los instantes que grabamos en nuestras retinas.
Los ojos de cristal reflejan el cielo
y creo,
solo creo,
que hay algo de hermoso en los miles de recuerdos que construimos entre nuestros dedos,
como si mis estrofas fuesen a cambiar todas esas drogas que circulan por nuestros corazones
y a las que llamamos hormonas.
La sensación de renacer se perfila entre las crestas de espuma que se entrelazan como los planes que escondemos en ese primer cajón que guardamos bajo llave en el armario más profundo de la vida.
Acto II
Quiero que llegue ya el alzamiento,
otro verso,
otro beso,
otro cuento que te escribo en la espalda con mis dedos;
otra hora,
otra ola,
otra fuerza mareomotriz que me abrace y me acoja.
Quiero que la tormenta arrase todo,
como una lluvia de meteoros que se pierdan como ángeles cayendo desorientados y ciegos,
ignorantes de lo que es ser obrero,
de lo que es ser pueblo,
de lo que es vivir fuera de su cuadriculado cielo.
Acto III
Las notas del piano ya se desdibujan entre las cortinas de lluvia que asolan la ciudad,
como mil dunas en las que rodar,
como mil gotas de salitre con sabor a libertad.
Las prosas se sonrojan al comprobar que ya no hay infierno,
que ya no hay lugar que nos acoja lejos,
que solo quedan miles de muertos presos en nuestros feos trabajos que confundimos con cementerios.
Y mientras todos los senderos se confunden con los deseos fugaces que pedimos a las lágrimas de agosto,
¿cómo escojo cómo seguir?
Solo queda aguantar,
respirar
e insistir.
Y durante el viaje intentar ser feliz
porque ya hay suficiente por lo que sufrir;
y no podemos vivir
sin cambiar el porvenir.
Acto IV
Llevo solo 5 minutos aquí,
y la tormenta reverbera pasando de largo para no mojar las aceras,
¿dónde está la brisa cuando la prisa avisa de que sobran los pantalones, las chaquetas y las camisas?
Solo queda un horizonte fulgurante bañado por la marea,
solo quedan
un par de locos que solos admiran en la arena todas las respuestas,
solo queda
un atardecer,
una puesta de sol
y una red de poesías que sobreviven a duras penas.
Solo me quedan
todos los poemas que nunca escribí sin palabras nuestras.
"Ay si mis lágrimas te oyeran."
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