sábado, 20 de enero de 2018

Epílogo de mí . . .

La cortina de lluvia se desliza impenetrable al otro lado de la ventana, mientras la tristeza se filtra por las rendijas de esta casa y se encarama a la espalda empapando cada pequeño poro de la piel. La suerte se ha fundido el azar en la casa de apuestas y los ceniceros se han hartado de colillas a medio fumar. La noche cubre con toda su densidad este habitáculo de lamentable existencia y la mirada al infinito se ha perdido en ninguna parte con su habitual incapacidad para superar las metas de esta carrera de obstáculos campo a través. Ya no hay razón para las sonrisas y la muerte acecha con su guadaña detrás de las esquinas, sonriente, pues siempre ha disfrutado con su trabajo. En realidad no estoy seguro, puede que simplemente sea su forma de resistir al mundo y a la tarea que se le ha encomendado y tira para adelante con esos pequeños detalles que tiene su rutina de siega de principio a fin de la realidad.

La cosecha es importante.

Porque todos y cada uno de los pequeños individuos que conforman este mundo tienen su papel. O eso dicen... Yo aún no he sido capaz de encontrar el mío entre tantas patadas y golpes que me he llevado a lo largo de los años intentando llegar a alguna parte. Intentando... siempre intentando, y entre intento e intento, de fracaso en fracaso. Supongo que es verdad eso de hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.

Reflexiono todo esto mientras miro el techo de mi cuarto. Tumbado en cama. Los brazos cruzados, y una pierna semiflexionada hacia el futuro, la otra simplemente inerte. Nunca se sido muy decidido en eso de proponerme cosas.
Me he internado en mi propio pozo de oscuridad, nuevamente, para enfrentarme en otro round contra mi propio doppelgänger, aunque él, al igual que el malvado monstruo Bu, se ha llevado todas mis fuerzas, y ahora no soy capaz ni de levantarme para seguir en el día a día.

Simplemente resisto.

Resisto porque no queda otra.

Y entre resistencia y resistencia, mi olor del Atlántico se va apagando poco a poco y ya solo queda el sabor a salitre en mi boca. Y toneladas de ropa amontonadas en la silla, los folios desperdigados por el escritorio y los sueños tirados sobre la alfombra; con un poco de suerte vendrá alguien con más autoestima y ojalá que les de una razón de ser digna.

La lluvia permanece, durante horas, días, semanas. No se cansa de caer. Supongo que en eso es como yo. De caída en caída y tiro porque me toca. Pero ahora los dados ya no están trucados y solo hay ceros en todas y cada una de sus caras. Vaya poema. Mi cara -pienso-. Tengo el pelo engrasado y unas ojeras que si me mirase al espejo podrían espantar a todos mis fantasmas, pero ¿para qué? Estaría demasiado solo sin ellos. y mis demonios lo saben. y por eso vienen a visitarme en cada madrugada. para que no me olvide. de la culpa. siempre la culpa. amenazante. vigilante. impertérrita a todo el dolor.

La culpa.

Y años y años que se van por el desagüe de mi corazón.

Ya nada volverá. ni las amistades. ni las personas. ni la infancia.

He vivido mi juventud en una jaula de cristal y ahora que se ha resquebrajado y el frío acecha en mi mirada, ya no sé qué hacer. ya no sé a dónde ir.

Estoy solo. Por primera vez en mis miserables 24 años de vida estoy solo. Y este vacío no hay quien lo arranque. Y esta soledad no hay quien la ignore. Y el dolor me está desgarrando los pocos pedazos de alma que dejó la culpa para masticar más tarde.

Las fieras cazan la presa y luego vienen las hienas, y los buitres, y por último las ratas, y los hongos. Todos devoran la carne. Poco a poco. Hasta que no queda ni la carroña de su espíritu. Ni los huesos de su alma.
Solo un pedazo de olvido que ya nadie recordará.

Porque tarde o temprano solo nos queda eso:             El olvido.

Por mucho que nos neguemos a admitirlo y nos escudemos en pequeños delirios de grandeza para huir de él.

Supongo que por eso escribo, para salvarme.

De mí.

De la destrucción.

Del olvido.

Y aún así. A pesar de todo. Soy consciente de que nada quedará nunca. Y solo seré un pedazo de brizna de trigo más.

Esperemos que mientras tanto el guardián entre el centeno nos vigile,
para que no caigamos por el precipio

y muera nuestra infancia.

Como me ha ocurrido a mí.

Tarde -admito resignándome con un amago de sonrisa de medio lado-. Demasiado tarde.



La cosecha es importante.

Sí.



Solo espero que cuando yo muera ella venga a visitarme con su inocencia de cuento.




Hasta que eso pase,
simplemente, 
esperaré en silencio.











* * *

La cortina de lluvia no dejó de seguir cayendo tras la ventana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario