martes, 9 de enero de 2018

Suspira mi corazón lágrimas del alma y sonrisas de los sueños

Entre los recovecos del alma me siento a observar el mundo, a dejar mi vista volar mientras las nubes pasan de largo lentamente por la gran bóveda celeste. Quisiera averiguar el por qué de la existencia, pero creo que solo atino a levantar castillos de naipes de un futuro que se sostiene tambaleante ante la necesidad perenne de no dejar de soñar nunca, aunque puede que nunca lleguen a cumplirse dichos sueños.

Sorprendido y desorientado, saco una nueva mano de cartas, a ver si así, de algún modo, logro vislumbrar el porvenir como una baraja de tarot que señale ilusiones entre las brújulas que marcan el norte que me hiciste perder.

La helada cae en la madrugada; al tiempo que la noche oscura e impertérrita dibuja siluetas difuminadas de vanos intentos de atrapar lo que ya no tenemos. El cigarro reposa sobre una botella vacía de plástico, sumergiendo sus cenizas en cúmulos de fracasos que adornan la habitación. Las paredes supuran rastros de melancolías y aún de este modo, descifro crítpicos laberintos que tienen por centro a mí mismo.

¿Dónde está lo que todos buscamos?

Las metas.

La felicidad.

Las fuerzas para seguir luchando cada día.

¿Dónde está todo eso?

Que alguien me lo explique, porque yo hay días en que no soy capaz de percibir entre la neblina del horizonte todos esos pequeños detalles que dan color a la cotidianidad.

Y la rutina se ha apoderado de mi triste paleta de grises,
y el lienzo solo arrastra simples tanteos de sonrisas,
pero hay alguna luz entre las sombras
y las tinieblas ya no cubren tantos túneles de ida y vuelta como el recuerdo que vive entre los sincorazón y sus negros ojos sin alma.

La tormenta ha dejado la calma tras la tempestad, y el temporal ha traído cientos de piedrecitas cristalinas a la orilla,
pero ni la suerte
ni el azar
se han subido a las olas
y la arena ya no perdura las huellas de todos los pasos que dimos hasta encontrarnos
entre sus palabras y sus caricias.

No sé muy bien a dónde quiero llegar, quizás ahí resida el principal problema. Quien no sabe qué quiere no va a ser capaz de alcanzar nada. O puede que lo sepa, y no me atreva. En ambos casos hay poco que hacer más que suspirar mirando a través de esa ventana que nos muestra todo un mundo que no somos lo suficientemente valientes de explorar entre los equilibrios funambulistas de las aspiraciones y los sueños.

No he atrapado a la felicidad eterna todavía entre las manos,
pero no me he cansado de intentarlo,
al menos no todavía
hasta haber triunfado por y para conmigo mismo,
y con la vida
celebrarlo.

Mientras tanto, camino
con las manos en los bolsillos
y el cuerpo tatuado,
al tiempo que de mi cuello se balancea
el recuerdo constante que me obliga a no darme jamás por derrotado.




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