lunes, 16 de septiembre de 2019

90% cacao. de ese que te comes. que te comes la cabeza

No sé cuanto hará que no me siento aquí a escribir, frente a la pantalla, mientras el sol se escapa entre los rincones de la tierra como si huir no significase volver a encontrarte tarde o temprano con los problemas. Supongo que por eso todos tratamos de ser los primeros en tirar la última piedra, esconder la mano, y enseñar la otra llena de sangre, mientras nos delatamos a nosotros mismos entre los miedos que se esconden en los rincones del alma. Sorprenderse por las ciudades incendiadas tiene esa cínica ironía del que se sabe con todas las papeletas para ganar y luego prefiere tirarlas en llamas a alguna papelera, esperando a que todo estalle, en mil pedazo, de alguna forma imposible y haciendo eses en las rampas de esta fúnebre vida que es asimilar todos los desastres que dejamos a nuestro paso. No vaya a ser que todo se termine, y ahí, solo ahí, tengamos que asumir que es el final y ya no hay nuevos comienzos.

Podría tratar de encontrarle sentido a esta sarta de palabras que se diluyen entre los litros y litros de aire que nos asfixian, pero solo es un pequeño reguero maleable de pesadillas que encharcan el suelo de mi habitación, como esas manchas de chapapote que te encontrabas en la playa durante tu infancia y procurabas no tocar, porque eran fascinantes, pero también terriblemente pringosas, y ahí, una vez entrado en contacto con ellas, ya no había forma de librarse de la suciedad y la mierda,
esta que apesta en cualquier parte,
solo era posible hacerla desaparecer de la piel frotando fuerte con agua y aceite, hasta que ya no quedaba nada.

Ya se sabe, la mierda quita la mierda, los desastres implican desastres, y la mecha de la dinamita es demasiado corta como para no estallar todos en mil pedazos, en una patética cuenta atrás que comienza en el -1.

Miro por la ventana y la noche lo empapa todo, mañana entrego por fin el TFG, como en algún texto por aquí perdido en las profundidades del blog en la que hablaba de que estaba con animación y viendo vídeos de pokemon, han pasado años y las cosas poco han cambiado aparentemente. 
Aunque si miramos con un poco más de atención, 
ya no voy dejando sangre y veneno por las esquinas, 
ya no me desgarro las heridas y las cicatrices con frecuencia,
y ya no todo es un oscuro pozo de tinieblas, una espiral de decadencia, un sucio baile del que parecía imposible salir,
pero créeme, de todo se sale, hasta de la guerra
que nosotros mismos construimos en nuestros corazones
y que hacen arder el alma hasta consumirla.

Las cenizas que se llevó el viento hace tiempo que han vuelto a nosotros,
las hemos asimilado
y nos hemos creído que con eso nos volveríamos más fuertes,
   basta con creerlo, lo demás da bastante igual,
si a nosotros nos sirve... tira para adelante y no eches el freno.

Destejo palabras buscando respuestas en mí mismo a preguntas que no he formulado,
desviamos atenciones en los surcos de los sueños
y confundimos la suerte con el destino,
creyendo que no somos nosotros, el ambiente, y la sociedad,
la que marca nuestro camino
en la medida de nuestras posibilidades.

Sonreímos de medio lado cuando algo vale mínimamente la pena como para ser feliz, aunque sea durante un breve rato, saltamos de peñasco en peñasco tratando de volar y saltamos de cabeza al agua para no pensarnos las cosas demasiado y atrevernos a actuar de vez en cuando, tratando de hacerlo lo mejor posible en un mundo en el que es demasiado fácil hacer lo incorrecto. 

¿Y es que quién es capaz de tener respuestas para todo?

Supongo que por eso nos buscamos en tantas partes: en libros, en películas, en series, en destinos, en encuentros clandestinos con nuestra propia alma a la una de la madrugada; observándonos desde lo alto de las ruinas del cementerio interno que es el haber sobrevivido a tantos golpes que nos ha dado la vida. Nos buscamos y a veces nos encontramos. Y ya solo por eso todo este camino de dudas e incertidumbres vale la pena, por creer que a veces encontramos el sentido a tanto irracional sinsentido que nos come la cabeza y nos devora el corazón de a pocos, desbaratando todo nuestro mundo y derribando nuestra alma hasta no quedar títere con cabeza, solo pequeños incorpóreos que nada entienden nada les incita a buscar la certeza de su razón de ser.

Porque somos seres racionales que actuamos irracionalmente el noventa por ciento de las veces. El otro diez es cuestión de pericia, ganas y suerte, no necesariamente por ese orden, pero sí necesariamente sin ese desorden
que nos alborota el pelo cuando nos levantamos sin saber ni quienes somos,
hundidos en la miseria de una rutina que nos ahoga
hasta dejarnos hechos fantasmas de lo que fuimos,
tristes sonrisas sin sueños
que se aferran a la vida porque es lo único que han conocido siempre.

Escribo por eso, por todo esto que he dicho, no sé muy bien el qué, ni siquiera me entiendo a veces a mí mismo, y vosotros supongo que todavía menos, pero aquí estáis, escuchándome, como aprendices alrededor de su maestro, como chispas alrededor de la llama, como sueños a través del tiempo. Y sin embargo, solo somos polvo en el viento. El último lamento. Las intenciones de seguir en pie aunque nos derriben los miedos.

Vivir.

Porque es lo único que sabemos hacer: 

Seguir.

Porque es la única manera de encontrar el camino, a nosotros mismos, y con un poco de suerte a gente que te hace sentir.

En definitiva.

Porque el resultado final de todo es ser libre y feliz.

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