Sus dieciocho versos montan en autobús.
Elena Medel
Mi adolescencia son unos acordes de guitarra en casa de Gael,
quedar las tardes de sábado con Pablo, Anxo y Arturo y sus amigos del Santo Tomé,
las caras de sueño y el frío del Santa Irene,
Bernad distrayéndome y haciéndome reír,
Maite y Raquel en teatro,
descubrir el amor a orillas del Lagares
y las tardes de los viernes refugiándonos en nosotros,
Guillermo y Nacho en el recreo en el Gadis,
las napolitanas de Plaza América,
fantasear por la ventana con la primavera,
Mägo de Oz y Kaotiko,
sobrevivir a los finales y descubrir la razón de existir,
recorrer nuestros pasos hasta llegar aquí,
los veranos en el Vao y Samil.
Mi adolescencia son las dudas e inseguridades,
aún siendo consciente de quien era yo mismo,
judo por las tardes y el Castro los martes,
soñar con el futuro viviendo en el pasado,
perseguir ideales y aferrarme a ellos,
vivir feliz porque nada valía realmente el sufrimiento,
ser joven, racional, alocado y serio,
la mirada callada y la sonrisa difícil,
Borja asomando la Ría por sus rincones
y Dinís pescando el tiempo cada día.
Mi adolescencia era recuperar matemáticas,
plantar cara a todo, a los temores y las prisas,
recorrer el monte y las aceras con Trufa olisqueando a mi vera,
la presencia fugaz de la muerte que todo se lleva,
campeonatos, concentraciones,
cine, billares y bolos,
canciones en una carpeta y cientos y cientos de fotos.
Mi adolescencia son viajes y cumpleaños,
las primeras sensaciones, los primeros besos, las primeras veces deteniendo el tiempo,
era caminar sin parar y llegar a todos lados en 20 minutos,
las cenas de instituto,
los carnavales, las actuaciones, los frontones cuando llovía mucho,
las cartas y la moneda,
el dolor, el superarse, el aprender a crecer fuera como fuera,
los discos, los cómics, los libros,
Tipo, BD y la literatura de final de siglo,
los primeros mensajes, los torpes poemas,
Tuenti, Messenger y zumbidos para que me leyeran.
Mi adolescencia son los instantes que recuerdo,
los sueños, las vivencias, los olores y las risas con los colegas,
vivir al minuto porque duraría solo dos años
y jamás olvidarnos de quienes fuimos cuando aquí y ahora estamos,
echar cuentas y ver el camino recorrido
y en definitiva sonreír,
porque a pesar de todo,
tan mal no nos ha ido.
Y eso es más que suficiente
para ser libre y feliz.
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