sábado, 7 de septiembre de 2019

A ocho versos de distancia

Sus dieciocho versos montan en autobús.
Elena Medel



Mi adolescencia son unos acordes de guitarra en casa de Gael,
quedar las tardes de sábado con Pablo, Anxo y Arturo y sus amigos del Santo Tomé,
las caras de sueño y el frío del Santa Irene,
Bernad distrayéndome y haciéndome reír,
Maite y Raquel en teatro,
descubrir el amor a orillas del Lagares
y las tardes de los viernes refugiándonos en nosotros,
Guillermo y Nacho en el recreo en el Gadis,
las napolitanas de Plaza América,
fantasear por la ventana con la primavera,
Mägo de Oz y Kaotiko,
sobrevivir a los finales y descubrir la razón de existir,
recorrer nuestros pasos hasta llegar aquí,
los veranos en el Vao y Samil.

Mi adolescencia son las dudas e inseguridades,
aún siendo consciente de quien era yo mismo,
judo por las tardes y el Castro los martes,
soñar con el futuro viviendo en el pasado,
perseguir ideales y aferrarme a ellos,
vivir feliz porque nada valía realmente el sufrimiento,
ser joven, racional, alocado y serio,
la mirada callada y la sonrisa difícil,
Borja asomando la Ría por sus rincones
y Dinís pescando el tiempo cada día.

Mi adolescencia era recuperar matemáticas,
plantar cara a todo, a los temores y las prisas,
recorrer el monte y las aceras con Trufa olisqueando a mi vera,
la presencia fugaz de la muerte que todo se lleva,
campeonatos, concentraciones,
cine, billares y bolos,
canciones en una carpeta y cientos y cientos de fotos.

Mi adolescencia son viajes y cumpleaños,
las primeras sensaciones, los primeros besos, las primeras veces deteniendo el tiempo,
era caminar sin parar y llegar a todos lados en 20 minutos,
las cenas de instituto,
los carnavales, las actuaciones, los frontones cuando llovía mucho,
las cartas y la moneda,
el dolor, el superarse, el aprender a crecer fuera como fuera,
los discos, los cómics, los libros,
Tipo, BD y la literatura de final de siglo,
los primeros mensajes, los torpes poemas,
Tuenti, Messenger y zumbidos para que me leyeran.

Mi adolescencia son los instantes que recuerdo,
los sueños, las vivencias, los olores y las risas con los colegas,
vivir al minuto porque duraría solo dos años
y jamás olvidarnos de quienes fuimos cuando aquí y ahora estamos,
echar cuentas y ver el camino recorrido
y en definitiva sonreír,
porque a pesar de todo,
tan mal no nos ha ido.

Y eso es más que suficiente
para ser libre y feliz.

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