La vida se escapa entre los dedos como la arena de los relojes.
Es ahí cuando te das cuenta de que nunca tendrás el control de tu vida, que son todo decisiones tomadas por otros, voces ajenas en tu boca que te obligan a decidir el camino de la infelicidad. Podría gritar ¿pero para qué? No hay salida para las cárceles de cristal. Que bonito es ver el exterior cuando no puedes salir. Seguro, sí. Pero encerrado a fin de cuentas. Consciente de que no habrá otra forma jamás de vivir. Y te toca aguantar y seguir. Porque no queda otra. Porque es eso o terminar con todo. Y la caída libre es tentadora, pero dura. Sobre todo para los demás. Y así, no hay más salidas que ver como la vida se escapa entre los dedos como la arena del reloj.
Ese día comienzas a envejecer. Es el día en que descubres que jamás podrás guiar tu vida. Que tendrás que asumir lo que todo tu entorno decida por ti. Ese día... ese día comenzarás a envejecer.
¿Y entonces?
Buscar salidas de emergencia para sobrevivir temporalmente. Buscarte, a ti mismo, en los demás. Perseguir a los demonios, para ver si los puedes domar. Buscar tu sombra en el viento, porque no quedará nada más cuando el vacío lo inunde todo.
Sonríe, te dicen, sonríe. ¿Para qué? Si en este mundo resulta imposible ser feliz.
Solo resta tragar con todo
y seguir,
porque todo lo demás
es saltar al vacío
para poner fin
a esta vida de lenta y dolorosa agonía.
¿Y entonces?
Solo queda morir,
poco a poco,
viendo como la vida se escapa entre los dedos
como la arena de los relojes
que jamás podremos soñar.
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