Echo de menos su risa,
pasar el tiempo hablando con ellos,
jugar al fútbol,
divertirme,
sentir el aire francés,
darles clases de inglés,
grabarlos en teatro,
sentarme a vigilarlos mientras debían ir a sus habitaciones,
los trucos de magia de Diego y su forma de hablar,
las bromas de Timothé,
el oh, oui de Braian,
el juego de ingenio de Kylian,
el respeto y cariño en silencio de Diego el futbolero,
el continuo interés de ... no recuerdo su nombre.
Las noches,
los días,
las tardes,
las mañanas.
Las comidas,
las cenas,
la breve estancia en el colegio durante el confinamiento de mi casa,
permaneciendo allí,
allí durmiendo,
pasando más tiempo del que tenía que pasar,
porque me divertía.
Las tardes caminando entre el frío y el silencio.
Me gusta el silencio de los pueblos. Viviría en un pueblo. Tranquilo. Sin más preocupaciones que el lento discurrir del tiempo. Sin mayores preocupaciones que vivir mi tiempo.
Ver las vacas pastar, los caballos, los gatos, los perros... Los pájaros en el cielo, los murciélagos dibujando la noche con sus vuelos. La vida en pause, como si nada más que el instante importara.
Sentarnos en los muros de piedra de la escuela,
viendo los tractores trabajar,
segando la hierba,
dejándola secar
en balas de heno.
Horas así,
con la música,
los tractores
y el extenso silencio en el que el tiempo no tiene prisa.
Dejándonos descansar en el presente eterno.
*
* *
* * *
* * * *
Echo de menos un poco todo eso.
Vivir allá,
en el campo,
dejando los días pasar,
cuando nada más importaba
que mi bienestar.
Había perdido muchos de esos recuerdos.
Por eso los escribo,
para no perderlos de nuevo.
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