lunes, 19 de septiembre de 2022

Frente al folio en blanco solo trato de escapar

Entre los resquicios de nuestras vidas
tratamos de adelantarnos al futuro, 
construyendo recuerdos de a pocos,
sin saber bien cuándo
se sienta la línea que marca
la ligera diferencia entre alguien que lleva toda la vida
y alguien que lleva unos instantes.

¡Como si importasen exclusivamente el número de años!


Y yo me siento frente al ordenador. Hace sol. Y calor. Y yo ahora mismo querría estar en la playa haciendo recuento del tiempo, del verano, del tiempo que ha pasado, de cómo he cambiado. O incluso mejor, querría estar en el campo de trabajo en el que debería estar, si no me hubiese tocado trabajar. Que también digo, para trabajar apenas una hora y media al día, ya me podía haber tocado empezar en octubre. Pero bueno, así es la vida, una constante disonancia entre lo que toca y lo que te gustaría.

Y me resigno pensando eso. Porque bastante infeliz eso ya me hace.

Y ojalá viajar. Es lo único que pienso cada día. Desde que me despierto hasta que me acuesto. Que ojalá viajar y no estar aquí, en este presente que por resignación y falta de decisiones me ha tocado vivir.

Y es que me gusta mucho viajar en otoño, sentir los países cambiando, las ciudades desvistiéndose para ponerse de largo, los árboles deslizando sus hojas y estrenando a sus pies mantos de colores, las primeras heladas, los primeros copos, las primeras noches escapando el vaho entre los rostros.

Y no sé en qué momento bien me empezó a gustar viajar en esta época. No sé si fue a principios de octubre de 2015 en Madrid o si quizás fue por las calles de abrigo de Nantes a finales de octubre de 2016. No sé si quizás fue en Irlanda o si quizás fue en Rumanía y Amberes. O definitivamente en Francia por la costa Atlántica de La Rochelle antes de que nos confinaran por segunda vez.

No lo sé.

La verdad es que no lo sé.

Pero me gusta perderme por las ciudades en otoño con sus miradas de frío y las castañas por los rincones, Portugal subiéndose las bufandas, Vatra Dornei entre montañas cárpatas, Amberes entre el frío de la champaña flamenca, Dublín entre focas y noches que te envuelven sin darte cuenta. Y Nantes. Y Nantes. Y Nantes. Dibujando estelas de sonrisas entre el acento bonito de esa ciudad.

Y yo no lo sé.

Pero solo quiero escapar. 

Coger el coche un fin de semana e irme a recorrer kilómetros y kilómetros por Portugal.

Saltar a un avión y ponerme en un par de horas en Sants.

Huir de esta asfixiante rutina y cruzar el mar hasta Irlanda, Escocia o quizás más allá.

Viajar.

Solo viajar.

Solo quiero eso.

Ir cada vez más lejos

y soñar más y más.

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